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¿Necesita Francia una revolución del siglo XXI?

Publicado 01.09.2014, 12:54
Actualizado 19.03.2019, 09:00
  • El nuevo Gobierno francés carece de la autoridad necesaria para llevar a cabo la reforma
  • La política basada en el "dirigismo" está obsoleta y desactualizada
  • Si la economía francesa quiere recuperarse será necesario aplicar cambios a nivel macroeconómico

El pasado 26 de agosto, el presidente de Francia, François Hollande, desveló su nuevo gobierno, con el primer ministro, Manuel Valls, a la cabeza, que presentó algunos cambios.

Aunque los ministros más antiguos han conservado sus carteras, se ha destituido al Ministro de Economía Arnaud Montebourg en favor de Emmanuel Macron, un ex banquero de inversión y asesor económico del Elíseo.

Hollande ya es el presidente menos popular de la historia de Francia, así que no está arriesgando demasiado al eliminar a un adversario político como Montebourg (que en primera instancia no debería haber formado parte del llamado programa de reformas).

Montebourg es un hombre de la vieja escuela con ideas propias de la vieja escuela: entre otras cosas se autoproclamó "Ministro de Resurrección Industrial". Sus planes incluían la amenaza de aplicar sanciones a empresas por cada puesto de trabajo que no creasen e ideas en contra de la globalización.

El problema con el que se enfrenta el presidente Hollande y cualquiera de sus esfuerzos reformistas es que, por mucho que la sustitución de Montebourg supusiese una victoria para su estrategia económica, también ha supuesto una derrota por lo que respecta a su habilidad para gobernar tanto su partido como el estado francés.

A menudo olvidamos que una política económica sin un respaldo político es como esquiar sin nieve: las políticas necesitan una base política.

Las políticas basadas en la economía de la oferta y las ideas del primer ministro Valls son buenas, pero insuficientes pare detener el "deterioro de Francia". Un número cada vez mayor de observadores opina que lo que Francia necesita es un Banco Central Europeo que entre en modo completo de Relajación Cuantitativa o una Francia que imponga una expansión fiscal (o incluso ambas).

Sin embargo, esas medidas no solo carecen de visión de futuro sino que son incorrectas: Lo que Francia necesita es un nuevo sistema político, un nuevo régimen fiscal, un sector gubernamental menos abotargado y menos ayudas. Francia no está perdida, simplemente se encuentra desorientada y sin rumbo.

Francia es el peor enemigo de Francia. Sigue creyendo en virtudes e ideas propias de un tiempo ya pasado. El dirigismo, la versión francesa del capitalismo social, ha fracasado. En su lugar, sería necesario apostar firmemente por su mano de obra, sólida y bien formada.

Francia cuenta con la habilidad de innovar y cuenta con un servicio de apoyo a pequeñas y medianas empresas que ya en su fase inicial, se encuentra entre los mejores del mundo. Por desgracia, su política fiscal, su incapacidad para atraer capital y, lo más importante, el rendimiento tan pésimo en capital, suponen graves obstáculos para el crecimiento o cualquier reforma.

Francia necesita un momento Thatcher, con un nuevo líder que sea lo bastante valiente para resultar elegido en un mandato orientado al cambio. Necesita un líder que sea lo bastante valiente para derribar un sistema político que genere políticas macroeconómicas en lugar de microeconómicas, una sociedad elitista con demasiados incentivos para actuar de forma incorrecta y trabas para iniciativas privadas, innovación y trabajo duro.

Con o sin Hollande, Francia no parece estar preparada todavía para el cambio. Por eso sería necesaria una recesión, o incluso una depresión, antes de que se empiecen a aplicar cambios reales. Dichos cambios reales únicamente surgirán de una crisis importante.

La buena noticia es que Francia nunca ha estado tan cerca de un mandato por el cambio, aunque solo sea porque nos estamos acercando muy deprisa al punto en el que las cosas no pueden ir a peor.

La historia de Francia se encuentra plagada de ejemplos de momentos de crisis que dan lugar a cambios drásticos. El que primero nos viene a la cabeza es aquel en el que el rey Luis XVI perdió sus poderes monárquicos durante la revolución francesa.

Heredó una deuda estatal enorme (¿les suena?) e intentó muchas estrategias políticas pero al final la crisis le superó y él y sus subordinados del Ancién Regime no solo perdieron sus poderes sino sus cabezas.

Ha llegado el momento de que comience en Francia la revolución del siglo XXI. El dirigismo ha muerto. ¡Vive la France!.

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