La última semana prometía desentrañar algunas de las incógnitas que siguen presidiendo el escenario internacional, pero seguimos teniendo más preguntas que respuestas sobre la mayoría de temas que han presidido el debate económico en los últimos tiempos, empezando por la situación económica en la zona euro.
Si el dato de crecimiento en la UEM del 0,15% trimestral preocupó hace diez días, conocer que la economía alemana se contrajo un 0,2% de julio a septiembre (el peor dato desde 2014) ha aumentado la inquietud, al situarse el dato claramente por debajo de las previsiones (+0,1% en nuestro caso). Se esperaba que el mal comportamiento del sector automovilístico, por el cambio en la normativa de emisiones de gases (WLTP), tuviera un efecto negativo sobre el crecimiento y las exportaciones, pues no olvidemos que el sector representa casi el 20% de la industria y cerca del 16% de las ventas al exterior, pero no la intensidad del ajuste. Además, también el consumo se ha mostrado más débil de lo esperado, teniendo en cuenta el dinamismo del mercado de trabajo alemán (tasa de paro en mínimos históricos), el aumento de los salarios y los elevados niveles en los que se sitúa la confianza de las familias. Lo normal es que se produzca un efecto rebote en la última parte del año, pero la sensación es que la zona euro podría estar más cerca del 1,5% que del 2% de crecimiento en 2019.
Una de las preguntas que surgen de este deterioro del escenario es cómo puede afectar a la hoja de ruta del BCE. Y, en este sentido, Draghi no lo va a tener fácil, pues hace un año no veía clara la situación cuando la zona euro crecía casi un 3% y, ahora, está obligado a quitar hierro a un enfriamiento de la actividad, si pretende ir desactivando todas las medidas no convencionales, empezando por la finalización del QE en enero. Todo el entramado se puso en marcha para responder al riesgo deflacionista, lo que justificaría proseguir con la normalización de la política monetaria, mientras el crecimiento permanezca cerca del potencial (1,5%) y la inflación se vaya aproximando al 2%. Pero el margen se va estrechando y, de aquí a doce meses, momento en el que teóricamente se deberían empezar a subir tipos, las cosas pueden cambiar e implicar retoques en la estrategia. De hecho, ahora el mercado no cotiza una subida de la facilidad de depósito hasta los primeros meses del año 2020.
Tampoco parece claro como el dramaturgo va a cerrar el drama en varios actos en el que se ha convertido el Brexit. La solución de mínimos, alcanzada durante el fin de semana entre los negociadores de ambos bandos, parecía un buen punto de partida, aunque con todavía muchos flecos por cerrar, especialmente en la futura relación entre Gran Bretaña y la UE. Los principales puntos del acuerdo son:
(i) la factura a pagar por Reino Unido ascendería a casi 60.000 millones de euros;
(ii) un compromiso para respetar los derechos de los ciudadanos de la UE;
(iii) la posibilidad de prorrogar 20 meses el periodo transitorio de salida, a partir de la fecha actualmente vigente de diciembre de 2020;
(iv) un plan para evitar una "frontera dura" con Irlanda del Norte (backstop), que se activaría si no se logra un nuevo acuerdo en esta fase transitoria.
Precisamente, este backstop es lo que más recelos despierta: los socios europeos consideran que Reino Unido podría seguir accediendo al mercado único y los euroescépticos británicos alegan que el proceso del Brexit se alargaría indefinidamente y no se produciría la desvinculación de la UE (Reino Unido seguirá acatando las normas de la UE y contribuyendo al presupuesto, pero sin capacidad de decisión). Las tensiones en el gabinete May (con varias dimisiones incluidas) y la amenaza de revuelta en el Partido Conservador auguran un camino de minas hasta la votación en la Cámara de los Comunes que se celebrará en las primeras semanas de diciembre, después de que el Consejo Europeo del 25 de noviembre le dé el visto bueno al acuerdo que, finalmente, deberá ser refrendado por el Parlamento Europeo.
De momento, todas las opciones están abiertas. Desde la posibilidad de que se celebren nuevas elecciones, hasta la celebración de un segundo referéndum, pasando por una ruptura traumática (Brexit duro), que podría implicar la entrada de Reino Unido en el Espacio Económico Europeo o la utilización de las reglas multilaterales de la Organización Mundial de Comercio. Aunque el peor escenario sería el de una salida no pactada, que conllevaría distorsiones muy intensas en los flujos comerciales y de inversión directa durante muchos años, todas las opciones son peores que el mantenimiento de la relación tal y como está en estos momentos. En este contexto, casi ha pasado desapercibida la negativa italiana a reformular su presupuesto. De momento, la Comisión Europea, ante como está la situación al otro lado del Canal de la Mancha, ha preferido no echar leña al fuego y dar una patada adelante al tema. Así que a los que esperaban repuestas esta semana y, por tanto, disminución de los riesgos, les va a tocar esperar.