En el bestseller mundial de 2014 Money: Master The Game, Tony Robbins consideraba a Carl Icahn como el mejor inversor del momento. Citaba datos de la revista financiera Kiplinger según los cuales la rentabilidad media obtenida por Icahn entre 1968 y 2013 fue del 31% anual, frente al 20% anual de Warren Buffett. El inversor, que gestiona la sociedad Icahn Enterprises, fue bautizado por la revista Time como Master of the Universe.
Pero a partir de 2014 los resultados de Icahn han sido mucho peores que los del mercado, salvo en 2018. No es que se haya equivocado en la selección de valores sino que desde entonces se ha dedicado sistemáticamente a apostar por una caída de la bolsa. Pensó que la bolsa estadounidense estaba tan sobrevalorada que necesariamente tenía que caer, de modo que destinó una buena parte del patrimonio de su sociedad a vender acciones al descubierto.
El único año, de los últimos siete, en que Icahn batió al mercado fue en 2018, pero solo ganó un 7,9%, un porcentaje muy insuficiente para recuperar las pérdidas acumuladas del 38% en los cuatro años precedentes.
En 2018 debió abandonar una estrategia contrarian que tan malos resultados le había dado entre 2014 y 2017. De forma sorprendente, persistió en la misma en 2019 y 2020, cuando perdió un combinado del 27,5%, frente a la ganancia del 55,7% del S&P 500.
Entre 2005 y 2013, Icahn había multiplicado el valor de sus inversiones por 3,8 mientras que el índice estadounidense solo había subido un 84%. En cambio, en 2016, tras solo tres años negativos, toda esa ventaja se esfumó.
Entre 2014 y 2020 perdió un 51,7% en total, lo que supone una pérdida media del 9,86% anual, al tiempo que el índice ganaba un 134%, una media del 12,91% anual. Es posible que no haya otro inversor en el mundo con peor resultado en ese período.
De 2004 a 2020, Icahn Capital ha ganado un acumulado del 84% en 16 años (solo un 3,90% anual), frente a la ganancia del 331,1% del S&P 500 (9,56% anual).
Desde mi punto de vista, Icahn ha dado al traste con la trayectoria más brillante que cabe imaginar debido a una de las muchas pequeñas trampas psicológicas que nos acechan a diario, en este caso la de sentirse obligado a ser coherente.
Esto demuestra la importancia de seguir un sistema de inversión basado en análisis, parámetros y pautas objetivos, en el que el margen de error es predecible y se convierte en una variable conocida. De otro modo, como acabamos de ver, un error de planteamiento puede dar lugar a siete años de pérdidas de muy difícil recuperación.