Los ETFs -exchange traded funds- son instrumentos particularmente valiosos cuando se buscan las mejores herramientas para construir portafolios de inversión eficientes, transparentes y diversificados.
Repasamos algunos puntos importantes para armar una cartera en base a este tipo de instrumento.
Asignación de activos, retorno y volatilidad
El primer punto a tener en cuenta es la asignación de activos en función de la tolerancia al riesgo y los objetivos de retorno de cada inversor. Los portafolios en base a ETFs pueden incluir bonos de bajo riesgo, acciones de diferentes segmentos, e incluso en algunos casos ETFs que replican los precios de los commodities.
Para diseñar la asignación de activos es importante tener en consideración cómo interactúan estas clases de activos y el impacto que tiene la diversificación sobre la ecuación de riesgo y retorno que ofrece la cartera.
Los bonos de bajo riesgo, como por ejemplo los bonos del Tesoro de los Estados Unidos y otros países desarrollados, ofrecen tasas de rentabilidad que generalmente son bastante bajas en comparación con otras clases de activos. Esto se debe a un principio básico de las finanzas, según el cual los activos más riesgosos generan rentabilidades más elevadas y viceversa.
Cuando compramos un ETF de bonos de bajo riesgo, obtenemos una rentabilidad esperada que probablemente será baja en el largo plazo. Como referencia, podemos tener en cuenta que un bono a 10 años del Tesoro de los Estados Unidos paga actualmente una rentabilidad anual en la zona del 2,3%.
Sin embargo, es importante tener en cuenta cómo interactúa esta clase de instrumentos con el resto de la cartera. En caso de una recesión, o un aumento del riesgo global ante un escenario de conflicto bélico, por ejemplo, es muy habitual que se produzca un aumento en la demanda de activos de bajo riesgo, proceso que en el mercado se conoce con el nombre de “flight to quality” (vuelo hacia la calidad).
En base a la evidencia histórica, es probable que los bonos de bajo riesgo suban de precio en un contexto en el cual el mercado busca seguridad. Por otro lado, los activos de riesgo como las acciones en sectores cíclicos y los mercados emergentes suelen caer con fuerza en este tipo de escenario.
Entonces, los activos de bajo riesgo cumplen la función de aportar estabilidad y proteger el capital del inversionista en contextos en los cuales otras clases de activos suelen brindar retornos decepcionantes e incluso negativos.
Por lo tanto, el primer aspecto a considerar a la hora de diseñar un portafolio en base a ETFs tiene que ver con la asignación de activos en términos del objetivo de retorno y la tolerancia al riesgo que estamos asumiendo. Mientras mayor es la exposición a activos de riesgo, mayor es el retorno esperable en el largo plazo, aunque también se incrementa la volatilidad del portafolio y el posible impacto negativo ante un escenario adverso.
Granularidad y nivel de actividad
También es importante tener en consideración el nivel de granularidad y el grado de actividad con el cual se va a gestionar el portafolio, ya que estos aspectos pueden tener efectos considerables sobre la performance de los activos en el tiempo.
El nivel de granularidad es el grado de detalle con el que vamos a seleccionar diferentes segmentos dentro de una clase de activos. Por ejemplo, podemos seleccionar tres ETFs diferentes que brinden exposición a compañías pequeñas, medianas y grandes en los Estados Unidos. Alternativamente, se puede seleccionar un único ETF que ofrezca exposición a acciones de los EE.UU. en general, lo cual obviamente incluye compañías de diferentes tamaños.
Seleccionar ETFs de acciones de tamaños diferentes es lo que se conoce como una estrategia de mayor granularidad, ya que permite profundizar en detalle sobre las características de los instrumentos.
En función del contexto, podemos considerar que es más conveniente apostar a compañías grandes o pequeñas. Por ejemplo, cuando el dólar se encuentra débil frente a otras divisas globales, las empresas grandes suelen generar una performance superior, ya que tienen mayor exposición a mercados internacionales y las fluctuaciones cambiarias las favorecen.
Sin embargo, para que tenga sentido la granularidad es necesario que el inversor esté dispuesto a realizar apuestas activas en cuanto al tamaño de las compañías en las cuales invierte. Muchas veces se comete el error de buscar un alto grado de granularidad para luego no tomar decisiones activas en ese sentido, esto implica una complejidad innecesaria y costos ineficientes de gestión.
El nivel de actividad con el que se gestiona la cartera también se relaciona con el tipo de ETF que vamos a seleccionar. La mayoría de los ETFs en el mercado replican índices, aunque en los últimos años ha crecido masivamente la oferta de instrumentos que seleccionan activos en base a alguna característica específica.
Por ejemplo, en lugar de comprar un ETF que replica al indicador S&P 500 podemos invertir en uno que selecciona compañías del índice S&P 500 en base a sus márgenes de rentabilidad o pagos de dividendos, entre muchas otras posibilidades.
Al respecto, conviene tener en cuenta que estos ETFs activos generalmente tienen un costo de administración mayor que los instrumentos que replican índices. Por lo tanto, el inversor debe sopesar el mayor potencial de retornos en comparación con los costos excedentes que implica una estrategia más activa.