La discusión de fondo, a nivel de la economía global, siempre fue entre la idea del libre mercado y la regulación estatal del mismo. Las justificaciones se basan, en el primer caso, en las fallas del intervencionismo estatal y, en el segundo, en las fallas del mercado. En pocas palabras, sin dudas los seres humanos poseemos sesgos y limitaciones de racionalidad que pueden conducirnos a decisiones no favorables (fallas de mercado), pero esto no se soluciona con un sistema de intervencionismo estatal, implementado por individuos con los mismos sesgos y limitaciones.
Es decir, creer que un sistema de libre mercado —llevado a cabo por seres humanos imperfectos— puede “curarse” mediante un sistema de intervención estatal conducido por los mismos seres humanos imperfectos, podría resultar incluso más grave: es como echar gasolina al fuego. Entonces, quizás el problema en esta discusión son los individuos que conforman los sistemas, y no los sistemas en sí. Y eso nos lleva a lo que pareciera ser la nueva tendencia de los avances tecnológicos, la de quitar al factor humano de la ecuación. Esto ha sido lo que la nueva tecnología ha encontrado como solución a nuestros problemas.
Veamos unos ejemplos: Bitcoin ha surgido como un sistema monetario del futuro, que quita en cierta manera al ser humano de la ecuación. Esa situación abarca desde la exclusión de los intermediarios o bancos centrales, hasta la eliminación de males como la emisión de dinero (el número de Bitcoin es finito, no puede haber más de 21 millones) y la imposibilidad de que los humanos puedan caer en actos corruptos como la falsificación de moneda.
Pero ese hecho no se limita solo a Bitcoin en sí: también su tecnología Blockchain ha sido utilizada como herramienta para elaborar un sistema electoral incorruptible, y contratos inteligentes de otras criptomonedas sacan de la ecuación a los profesionales del derecho y de la fe pública. Asimismo, encontramos ejemplos de empresas, como el caso de Tesla (NASDAQ:TSLA) y sus automóviles que pretenden ser autónomos, con cada vez menos influencia de los conductores humanos responsables de los altos índices de accidentes de tránsito. O la utilización de la inteligencia artificial, machine learning y big data, tecnologías con habilidades muy superiores a las posibilidades humanas, que son utilizadas para la toma de decisiones económicas, financieras y de cualquier otra índole.
Entonces, la pregunta que nos podemos plantear es la siguiente: ¿es la deshumanización una solución a los problemas y dificultades derivados de nuestra humanidad?
Como traders —y me uno como trader algorítmico—, sabemos lo que claramente está ocurriendo en Wall Street. Es una guerra de máquinas o algoritmos: ya hace rato que han dejado fuera al trading manual humano, y a sus debilidades emocionales y psicológicas. El trader humano es pasible de estas particularidades y, desde ya, han ocurrido desastres causados por la intervención humana. Basta con recordar la historia real de Nick Leeson, un trader empleado del Banco Barings, a quien “se le fue de las manos” el apalancamiento, ocultando pérdidas, y que llevó así a la bancarrota al banco más antiguo del Reino Unido. No obstante, también los algoritmos fueron causantes de otros eventos desafortunados. Algún que otro colapso histórico de la Bolsa (como el famoso "flash crash" de mayo de 2010) fue ocasionado por el trading algorítmico.
Los robots que realizan el trading algorítmico (menos emociones y más velocidad) no tienen criterio; si tienen un error, simplemente lo ejecutan. Entonces, estamos de nuevo ante la misma dificultad: los algoritmos son previamente definidos por seres humanos. La inteligencia artificial, por ejemplo, también está sometida a la supervisión humana, como una suerte de intervencionismo a lo que el propio ser humano predefine (no hay que olvidar la inteligencia artificial creada por Facebook (NASDAQ:FB), que logró elaborar un idioma más eficiente y con cierta lógica capaz de ignorar órdenes humanas, y que fue apagada por escapársele de las manos a la empresa).
De todas formas, el primer principio de la inteligencia artificial —según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)— es el de “beneficiar a las personas y al planeta impulsando el crecimiento inclusivo, el desarrollo sostenible y el bienestar”, aun sabiendo que eso también puede significar cuidarnos del daño que nos podamos ocasionar nosotros mismos. Y a eso pareciera tender todo lo que pretende venir por medio de los avances tecnológicos para las siguientes generaciones, y que ya palpamos en estos últimos años. Pero el interrogante frente a lo que se viene será, de alguna manera, el mismo que se tiene actualmente sobre la economía: ¿debemos o no intervenir?