Mucho se ha hablado a lo largo de los últimos años de esta crisis sobre el "Inflation Target" del Banco Central Europeo, es decir, sobre su mandato único como garante de la estabilidad de precios, y conviene recordar los orígenes de tan comprensible obsesión, a pesar de que personalmente opino que es perfectamente complementaria con otro tipo de objetivos dentro de un Banco Central.
Está demostrado que tasas de inflación predecibles suponen costes menores que si las tasas de inflación son imprevisibles. Parece obvio que la tasa de inflación será más fácil pre predecir cuanto menos varíe de un año a otro. Por poner un ejemplo, los costes de una tasa de inflación del 4% durante tres años seguidos son mucho menores que si el año 1, la tasa es del 2%; el año 2, del 4% y el año 3, del 6%, aunque la inflación media sea prácticamente la misma –no es la misma por el factor tiempo-.
Así pues, aunque parte de los costes atribuibles a la inflación dependan de su variabilidad, la tasa de inflación media es muy importante. Si los precios crecen a ritmo moderado y sin cambios, decimos que una economía tiene inflación moderada. Si los aumentos de los precios son extraordinariamente altos, estamos ante una hiperinflación.
Y aquí entra en juego el elemento psicológico. Alemania, tras la Primera Guerra Mundial, padeció una de las peores hiperinflaciones de la historia. Durante 1921, los precios subieron un 140%, pero es que en 1922 la inflación llegó al 4.100%, y a partir de entonces las autoridades perdieron el control sobre los precios, de modo que durante los once meses que ha entre diciembre de 1922 y noviembre de 1923, los precios al por mayor subieron en torno a un 108% cada día.
Como es natural, ante una situación así, los costes sociales se disparan. Si las subidas de precios son moderadas, los tipos de interés nominales tienen tiempo de ajustarse e incorporar estas subidas de precios. Pero imaginemos un período de hiperinflación: los salarios suben a diario, una barra de pan vale más por la tarde que por la mañana, un billete de avión es más caro al final del trayecto que en el despegue… este es el momento en que nadie quiere firmar un contrato de duración superior a unas pocas horas, lo que provoca que la actividad económica se paralice.
La mayoría de las hiperinflaciones han ocurrido cuando los gobiernos emiten grandes cantidades de papel moneda para financiar el gasto público, sea por una guerra o por una crisis prolongada. Ninguno de estos costes puede aparecer en una economía con inflación moderada, que incluso estimula de una manera consistente y sana la actividad económica. Más aún, la historia nos enseña que, en ausencia de causas externas que dañen la actividad económica, las inflaciones moderadas no suelen degenerar en hiperinflaciones. Confío en que el señor Draghi, con su voluntad de cambio en el seno del BCE, pueda proponer otros "targets" complementarios, amén de una mayor libertad de movimientos para el organismo comunitario. Y es que, aparte del factor histórico-psicológico que todavía pesa en Alemania, parece muy poco probable que la hiperinflación sea la otra cara de la moneda en esta crisis.
Daniel Álvarez
Está demostrado que tasas de inflación predecibles suponen costes menores que si las tasas de inflación son imprevisibles. Parece obvio que la tasa de inflación será más fácil pre predecir cuanto menos varíe de un año a otro. Por poner un ejemplo, los costes de una tasa de inflación del 4% durante tres años seguidos son mucho menores que si el año 1, la tasa es del 2%; el año 2, del 4% y el año 3, del 6%, aunque la inflación media sea prácticamente la misma –no es la misma por el factor tiempo-.
Así pues, aunque parte de los costes atribuibles a la inflación dependan de su variabilidad, la tasa de inflación media es muy importante. Si los precios crecen a ritmo moderado y sin cambios, decimos que una economía tiene inflación moderada. Si los aumentos de los precios son extraordinariamente altos, estamos ante una hiperinflación.
Y aquí entra en juego el elemento psicológico. Alemania, tras la Primera Guerra Mundial, padeció una de las peores hiperinflaciones de la historia. Durante 1921, los precios subieron un 140%, pero es que en 1922 la inflación llegó al 4.100%, y a partir de entonces las autoridades perdieron el control sobre los precios, de modo que durante los once meses que ha entre diciembre de 1922 y noviembre de 1923, los precios al por mayor subieron en torno a un 108% cada día.
Como es natural, ante una situación así, los costes sociales se disparan. Si las subidas de precios son moderadas, los tipos de interés nominales tienen tiempo de ajustarse e incorporar estas subidas de precios. Pero imaginemos un período de hiperinflación: los salarios suben a diario, una barra de pan vale más por la tarde que por la mañana, un billete de avión es más caro al final del trayecto que en el despegue… este es el momento en que nadie quiere firmar un contrato de duración superior a unas pocas horas, lo que provoca que la actividad económica se paralice.
La mayoría de las hiperinflaciones han ocurrido cuando los gobiernos emiten grandes cantidades de papel moneda para financiar el gasto público, sea por una guerra o por una crisis prolongada. Ninguno de estos costes puede aparecer en una economía con inflación moderada, que incluso estimula de una manera consistente y sana la actividad económica. Más aún, la historia nos enseña que, en ausencia de causas externas que dañen la actividad económica, las inflaciones moderadas no suelen degenerar en hiperinflaciones. Confío en que el señor Draghi, con su voluntad de cambio en el seno del BCE, pueda proponer otros "targets" complementarios, amén de una mayor libertad de movimientos para el organismo comunitario. Y es que, aparte del factor histórico-psicológico que todavía pesa en Alemania, parece muy poco probable que la hiperinflación sea la otra cara de la moneda en esta crisis.
Daniel Álvarez