El famoso yacimiento en la cuenca del Neuquén ha venido siendo uno de los temas más recurrentes en el país argentino en los últimos años y que, sin duda, se ha hecho eco en el ámbito internacional.
Desde que YPF (BA:YPFD), allá por el 2011 redescubriera la formación rocosa del llamado yacimiento de Vaca Muerta se ha venido creando una ola de ilusiones y promesas, a su vez que protestas y controversias. Hablamos nada más ni nada menos que del 60% de las reservas de petróleo de esquisto, así como del 40% del gas no convencional del país, alojadas en este territorio. Sin duda es una cantidad de recursos ingentes a explotar. Pero, ¿a qué precio?
Pues bien, la famosa técnica que ha tenido tanto revuelo, y que es la usada en estos ámbitos, es la fractura hidráulica, el fracking. No entraré en detalles técnicos, no es mi pretensión. Hablamos de un entorno rocoso prácticamente impermeable, cosa que hace que estas reservas se mantengan estancas en el lugar. La idea es poder perforar hasta dónde se encuentren las formaciones de shale (hablamos de una media de unos 3.000 metros en este lugar, por ejemplo) y mediante la estimulación hidráulica, poder agrietar el terreno para liberar los recursos y así poder ser recogidos en el conducto que les llevará a la superficie.
Esta técnica fue desarrollada en EE.UU. allá por los años 40, y desde entonces ha sido un completo quebradero de cabeza. La respuesta a ello se haya en el poco sentido que tiene el proceso en sí: Es una extracción que cuesta más dinero de lo que es posible vender el recurso en el mercado y todavía más sin sentido aún; gasta más energía de la que estas materias generan.
Pero es que esto no es todo, lo más preocupante no es que las empresas extractoras continúen con sus actividades pese a perder dinero. Lo triste son las repercusiones medioambientales que generan. Ya solo para crear la fracturación, necesitamos cantidades enormes de agua y arena, la demanda es brutal y los costes ecológicos y paisajísticos espeluznantes. La contaminación de acuíferos de la zona es un riesgo alto. Luego en la extracción uno de los gases liberados más comunes es el CH4 o metano, no creo que tenga que añadir nada al respecto de la nocividad de este. No se sabe con exactitud el porcentaje de aportación de metano a la atmósfera causado por el fracking, pero sí que se registran fugas en el proceso de entre el 2% y el 4%.
Sin embargo, la actualidad política considera la creación de puestos de empleo, la cantidad de ingresos que les van a generar estas ventas, la autonomía energética por un largo período de tiempo, y un largo etc que hace que se te pongan los pelos de punta al preguntarte lo siguiente: ¿Y quién paga todo esto?
Si el proceso da menos de lo que recibe, y genera pérdidas económicas, ¿quién en su sano juicio sería capaz de invertir en ello? Pues bien, este furor parece haberse relajado en los últimos años, pero si bien es cierto que Wall Street se lanzó a la carrera como lo hizo con los paquetes de hipotecas subprime en su día.
Grandes bancos atraídos por el dinero gratis de las instituciones centrales crean opciones de compra, fondos, carteras de inversión y un sinfín de productos financieros que titularizan, empaquetan y envuelven de mil maneras posibles con tal de darles un aspecto rejuvenecedor. Hablamos de un torrente de crédito tan grande, que juntamente a la euforia de tener un barril alrededor de los 100 dólares hacía que la inversión en el sector energético allá por 2011 en adelante fuera la panacea.
A finales de 2014 la cosa se tornó de un color muy diferente, el barril Brent llegó a caer por debajo de los 50 dólares y mucha empresa no podía mantener el tipo ante un proceso tan poco eficiente. La burbuja especulativa había llegado a su fin. Esa deuda mala ya era imposible de asignar a nadie. Muchos de los grandes bancos se vieron obligados a ir reduciendo posiciones paulatinamente, pues el desastre esa imperioso.
Este agujero negro se arrastra a día de hoy y, pese a continuar con las extracciones de esquisto (porque se siguen subvencionando con el crédito barato), yo me sigo preguntando lo grande y absurda que resulta esta incongruencia, tanto económica, energética cómo climática.