Gustavo Monge
Praga, 28 sep (.).- El aumento del precio del gas debido a la invasión rusa de Ucrania está afectando especialmente a la industria cervecera checa y ahondando un crisis que comenzó con la epidemia de la covid y que ha provocado una fuerte caída de la producción y del consumo, y un aumento del precio para el consumidor.
El encarecimiento afecta a todas las empresas, pero especialmente a las más grandes y que más energía consumen: el 27 % de las que tienen más de 500 empleados ha comenzado ya a despedir a gente, según datos de la Cámara de Comercio.
CERVEZA MÁS CARA
Los efectos del aumento de los costes de producción han revertido ya en el consumidor. Una cerveza pilsen de medio litro cuesta ahora 2,2 euros en cualquier bar de Praga, un aumento del 60 % respecto a los precios de hace sólo unos meses.
Primero la covid-19 y ahora la guerra en Ucrania están poniendo a prueba todos los eslabones del sector cervecero, desde los fabricantes de botellas al proceso de cocción en cubas de cobre.
En 2020, cuando estalló la pandemia, la producción de cerveza en la República Checa, quinta en el ránking europeo, se desplomó un 7 %, hasta 20,12 millones de hectolitros). Al año siguiente cayó otro 3 %, según datos de la Asociación Checa de Cerveceros y Fabricantes de Malta.
Paralelamente, el consumo ha caído un 9 %, hasta 129 litros por persona y año.
SUENAN LAS ALARMAS
El temor de que al desorbitado precio del gas suceda un corte de suministros durante el invierno, ha hecho sonar todas las alarmas.
El Gobierno checo ha reaccionado limitando el precio del gas y de la electricidad, en respuesta a las exigencias de un sector que pidió "resolver la situación (del gas) a nivel nacional", según declaró a Efe Denisa Mylbachrová, portavoz de la cervecera Staropramen, propiedad del grupo norteamericano Molson Coors.
El problema es que esos precios, incluso limitados, suponen un aumento considerable respecto a los del año pasado.
"Usamos gas natural en la mayor parte del proceso de producción y sería muy difícil a corto plazo encontrar una sustituto", reconoce Mylbachrová.
En el caso de Pilsner Urquell, la mayor cervecera checa y propiedad de la japonesa Asahi Group (TYO:2502) Holding, ya se barajan alternativas por si deja de correr el gas, entre ellas racionar la producción.
"En caso de restricción en el suministro, seríamos capaces de producir a menor escala", señala Zdenek Kovar, portavoz de la empresa.
Al mismo tiempo, la entidad "sondearía posibles alternativas", como usar aceite ligero o fueloil, o "formas de cooperación con alguna central eléctrica".
"La transición a posibles combustibles alternativos no sería inmediata, genera nuevos costes y no sería capaz de cubrir las necesidades de producción de nuestras cerveceras", advierte Kovar.
El precio del gas no afecta, sin embargo, a Budweiser Budvar, una empresa que no requiere de ese combustible.
"En Budweiser Budvar, la cervecera nacional, no somos directamente dependientes del gas, ya que recibimos calor de una central eléctrica local", asegura la portavoz, Barbora Dedinová.
El problema es que sí son dependientes del gas los "suministradores clave", entre los que Dedinová cita a los productores de malta y vidrio para las botellas, sin lo que la cervecera no puede funcionar.
Directa o indirectamente, la actual crisis del gas plantea serios retos al sector cervecero, uno de los más importantes del ramo alimenticio en la República Checa.
Este sector, clave para la economía checa, da trabajo a unas 65.000 personas y genera un volumen de negocio de 13.720 millones de euros anuales en la restauración y la hostelería, según datos de la Asociación Checa de Cerveceros y Fabricantes de Malta.
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