La cruda realidad es que nadie conoce el futuro. En el fondo, siempre invertimos a ciegas. Ciertamente, podemos tomar decisiones financieras basándonos en proyecciones y probabilidades. Sin embargo, el riesgo de perder nuestro dinero es real. En muchos sentidos, las predicciones de los “expertos” son campañas de promoción por parte de los interesados que se aprovechan de la codicia colectiva para hacer dinero vendiendo esperanzas. A la gente le encanta creer en promesas. El optimismo genera compras. El pesimismo genera ventas. Los mercados son comunidades de fe comprando la ilusión y vendiendo el desengaño. El inversor inteligente entiende que todo es una falsa perspectiva. No existen realidades sino narrativas.
El rey de los mercados es el sentimiento. Es decir, lo subjetivo domina lo objetivo. Siempre ha sido así. Pero ahora es más aplicable que nunca. Debido a la fragmentación social, ahora la verdad ya no es universal, sino particularmente tribal. El mundo de hoy se divide en nichos de interés. Entonces, ahora tenemos a la tribu y, allá afuera, tenemos al mundo cruel. La tribu es la familia. Siempre buena e inocente. Y el mundo exterior es el enemigo. Siempre malvado y mentiroso.
- Lo bueno, lo malo y lo feo del "hodling"