Por Sarah Dadouch y Ekaterina Anchevskaya
IZMIR, Turquía (Reuters) - Como a los migrantes sólo se les permitía una mochila en los barcos de los traficantes que los llevaban de Turquía a Grecia, Ahmed, su esposa Hanin y su familia metieron dentro algunas de sus pertenencias y enviaron el resto a sus amigos.
Luego esperaron.
Debería haber sido el momento decisivo de un viaje que comenzó cuando se intensificó el conflicto en Siria, obligando a dos familias palestinas a huir de sus hogares en la periferia de la capital, Damasco.
Hanin y su familia se fueron en 2014, y Ahmed dos años más tarde a Turquía, donde fueron introducidos en el invierno de 2017.
Viviendo en diferentes ciudades, intercambiaron mensajes de texto durante meses antes de que Ahmed hiciera un viaje de 20 horas en autobús desde Izmir -la tercera ciudad más grande de Turquía, situada en el Mar Egeo- hasta la ciudad fronteriza de Kilis para encontrarse con ella, tras lo cual se comprometieron en matrimonio.
Rápidamente se sumergieron en el frenesí de los preparativos de boda: buscar el vestido perfecto, tratar de transferir dinero a través de las oficinas de Western Union (NYSE:WU), planificar una fiesta de dos noches. Su fiesta de compromiso fue en Kilis, justo al otro lado de la frontera de Siria, devastada por la guerra.
Más de 3,5 millones de refugiados sirios viven ahora en Turquía como resultado de un conflicto que se desató desde 2011. En 2015, más de 800.000 migrantes, principalmente sirios y afganos, se embarcaron en la costa de Turquía para hacer el corto pero peligroso viaje a Grecia.
Las cifras disminuyeron drásticamente al año siguiente tras un acuerdo entre la Unión Europea y Turquía para frenar el éxodo.
Hamza, el hermano menor de Hanin, fue uno de los que se marchó hace cuatro años a Alemania. La familia anhela dejar de comunicarse a través de videollamadas fragmentarias y reunirse en Europa.
"Toda la pena por mi hijo está en mi corazón", dijeron Turki, madre de Hamza y Hanin. Esta mujer dice que su débil corazón se desborda con el sueño de volver a ver a su hijo.
CHALECOS SALVAVIDAS
Ahmed, que estudió literatura inglesa en Siria para convertirse en traductor, trabajó en turnos de 14 horas en una fábrica textil de Esmirna, donde la pareja se mudó después de casarse. La madre de Hanin empaquetaba nueces en una fábrica mientras su padre vendía cigarrillos sirios.
Su objetivo era ahorrar 3.000 dólares que necesitarían para llegar a Grecia, su primera parada en el camino a Alemania. La familia siguió a un grupo de Facebook (NASDAQ:FB) creado por voluntarios en Grecia, que publicaba información sobre la llegada de barcos, accidentes y condiciones meteorológicas.
Todos los días, escuchaban y leían historias de aguas tormentosas que causaban tragedias y de familias que se ahogaban en el mar porque no tenían suficiente dinero para comprar chalecos salvavidas.
"Tal vez sean señales de que no debemos ir", decía Ahmed a veces en el período previo a su intento de 2018. "Cada nuevo problema está tratando de decirnos algo."
Pero no veía otra opción que abandonar Turquía, porque quedarse significaba "seguir trabajando en esa fábrica para siempre".
Decenas de migrantes han muerto durante su viaje a Europa a través de Turquía, según informes de la agencia estatal Anadolu. Algunos se han ahogado en el nar Egeo, otros han muerto en accidentes de tráfico, mientras que muchos han muerto congelados al intentar cruzar las fronteras a pie.
La determinación de Ahmed se puso a prueba cuando un traficante al que pagó para garantizar plazas para la familia en un barco desapareció con su dinero en efectivo.
Tuvieron que trabajar duro de nuevo para recaudar nuevos fondos.
Ahmed encontró otro traficante y volvió a pagar la tarifa. La familia cambió de opinión cinco veces en dos semanas.
JUEGO DE ESPERA
Finalmente, prepararon sus pertenencias, compraron chalecos salvavidas - una transacción simple pero arriesgada que conlleva la posibilidad de ser arrestados. En su última noche salieron a cenar con amigos y luego esperaron nerviosamente en casa la llamada para ir a la playa.
Los niños, soñolientos, jugaban con los chalecos salvavidas y presumían de cómo nadarían hasta la isla. Los adultos estuvieron de acuerdo en que si Hanin o su madre pensaban que algo iba mal, se volverían atrás. Ahmed miró su teléfono.
A las 11 de la noche, el traficante aún no había llamado para decirles que se dirigieran a la playa. Temían haber vuelto a perder su dinero, pero finalmente llamó unos días después.
Fueron conducidos a la playa, tras subir cerros y caminar a través del bosque para llegar a su punto de partida. Se apretujaron en el bote con otros 26 migrantes y partieron.
La gente hacía mucho ruido en el pequeño barco, así que los guardacostas turcos los encontraron, a 20 minutos de la frontera. Los llevaron a la cárcel y los retuvieron durante tres días.
La familia dice que pueden intentarlo de nuevo con el mismo traficante, sin cargo adicional, aunque Ahmed está abatido mientras observa las nubes que se acumulan sobre las oscuras aguas. "Nunca me sentí peor", dice. "Tanto pensar, y se avecina tormenta."
Un año después, la familia sigue queriendo mudarse a Europa, pero ha descartado la ruta marítima. No quieren volver a sufrir el dolor de la humillación, los insultos en las celdas de detención, el despilfarro de sus limitados fondos.
Ahmed dice que nunca regresaría a Siria porque la situación ha empeorado y porque tendría que cumplir el servicio militar y luchar por el presidente Bashar al-Assad.
Dice que a pesar de trabajar 12 horas al día, seis días a la semana, su salario no es suficiente para pagar el alquiler, las facturas y la comida. Las largas horas de trabajo lo dejan exhausto, al igual que el racismo que dice que ve en las calles de Turquía, en el transporte público y en las redes sociales.
"Mi sueño hoy en día es viajar legalmente a Europa porque estamos muy cansados aquí", dijo.
(La fotógrafa de esta historia era parte del programa de becas de fotoperiodismo de Reuters en 2018).
(Escrito por Sarah Dadouch traducido por Tomás Cobos en la redacción de Madrid)