Óscar Tomasi
Lisboa, 11 dic (EFE).- Después de tres años de recesión y bajo el rescate financiero de la UE y el Fondo Monetario Internacional, Portugal ha recuperado autonomía y ha vuelto al crecimiento en 2014, hitos que se han visto oscurecidos por la debacle del Banco Espirito Santo (LISBON:ESF) (BES) y la pérdida de influencia del país en la operadora PT (NYSE:PT).
La importancia de las dos empresas va más allá del aspecto puramente económico y se adentra en el terreno emocional, lo que explica el terremoto que ha supuesto en Lisboa lo sucedido con ambas, fuertemente ligadas entre sí.
Mientras que en años anteriores la deuda y la prima de riesgo han centrado todas las atenciones, la espectacular mejora del país en el plano financiero -en sintonía con el resto de Europa- ha ido acompañada de un progresivo descenso del interés mediático.
La cotización de las obligaciones lusas a diez años en el mercado secundario -donde se compran y venden los títulos adquiridos en subasta pública- ha bajado a la mitad a lo largo de los doce meses.
Aunque arrancaron el 2014 por encima del 6 %, han marcado nuevos mínimos históricos en este mes de diciembre, al situarse por debajo del 3 %, algo nunca visto y que contrasta con el 17 % al que llegaron a pagarse en el peor momento de la crisis.
Fueron precisamente las cada vez menores tasas de interés exigidas para vender sus títulos lo que permitió a Portugal decir adiós a la troika en mayo y cerrar con éxito el programa de asistencia financiera acordado en 2011.
Esta despedida, sin embargo, no ha implicado de momento un alivio en la severidad de los ajustes aplicados por el Gobierno portugués, de signo conservador, que llega al último año de legislatura sin poder reducir la carga fiscal tanto como deseaba, ya que sigue obligado a cumplir con sus metas de reducción del déficit.
En este contexto, el Ejecutivo presume de cifras macroeconómicas, con una subida del PIB del 1 % en estos doce meses y un descenso del paro de un punto y medio, hasta situarlo en cerca del 14 %.
A pesar de que todavía existen sombras -la sangría migratoria, la falta de inversión pública o la ralentización de las exportaciones entre ellas-, son varios los organismos internacionales que han destacado los esfuerzos de Portugal y sus resultados.
El optimismo generado por la incipiente recuperación se ha visto afectado sin embargo por la caída en barrena del Grupo Espírito Santo, un conglomerado empresarial de enorme peso en la economía nacional.
Presente en diferentes sectores y estructurado de forma especialmente compleja, el emporio es propiedad de la familia Espírito Santo, una de las más ricas y poderosas del país desde hace más de un siglo.
La detección en mayo de irregularidades en una de las principales sociedades del Grupo, conocidas apenas días después de salir oficialmente del rescate, dio paso a un derrumbe progresivo que hizo temblar los cimientos lusos. El caso es ya considerado el escándalo financiero más grave de la historia reciente de Portugal.
Su consecuencia más grave fue la intervención del Banco Espírito Santo (BES), en ese momento el mayor banco privado de Portugal, y cuya gestión está ahora bajo investigación por supuestas ilegalidades.
La entidad acabó siendo dividida en dos. Una parte con sus activos tóxicos que quedó en manos de sus accionistas -que previsiblemente sufrirán cuantiosas pérdidas- y otra con los activos sanos agrupada en el llamado "Novo Banco", y que pertenece a todas las entidades financieras lusas a través del Fondo de Resolución.
Incluso la cara visible del Grupo y al mismo tiempo presidente del BES, Ricardo Salgado, acabó detenido y declarando ante el juez por un caso de evasión de impuestos. Conocido popularmente como DDT, las siglas en portugués de "Dueño de Todo Esto" en referencia a su poder e influencia, su caída en desgracia evidencia el derrumbe de un imperio hoy en bancarrota.
Los temblores causados por este desplome impactaron de lleno en la operadora Portugal Telecom (PT), que en la práctica era controlada por los Espírito Santo en calidad de accionistas.
La compra de 900 millones de euros en deuda emitida por una sociedad del Grupo por parte de PT -pese al elevado riesgo de impago- derivó en un escándalo que enrareció sus relaciones con la brasileña Oi, con la que estaba inmersa en un proceso de fusión.
Tanto es así que pese a no haber concluido este proceso todavía, Oi ya negocia la venta de los activos de la operadora en Portugal, lo que daría al traste con las intenciones de alumbrar un gigante de las telecomunicaciones luso-brasileño como se pretendía inicialmente y dejaría a Lisboa sin apenas influencia en una de sus empresas más representativas.