Cuando la orquesta del Titanic dejó de tocar el 14 de Abril de 1912, era porque el barco más colosal y lujoso de la época se hundía. Nadie, ni siquiera el capitán, sabía si había suficientes chalecos y botes salvavidas para abastecer a las 1.500 almas que iban a bordo.
No hubo en ningún momento ningún plan de previsión, de planificación, de ejecución, ni de contingencia por lo que pudiera pasar.
La inexistencia de todo ello, desencadenó una continua y mala elección de acciones desde la navegación en aguas heladas, el avistamiento del iceberg y su consecuente choque y ruptura del casco. Personal y pasajeros asistían al espectáculo presas del pánico, esperando lo inesperado sin tener capacidad de maniobra y así llegando a su final.
Cien años después, vemos cómo el camino de algunos por los mercados se lo toman como quien va de peregrino a Santiago o como otro pasajero más del mencionado Titanic.
- No se miden ni las certidumbres ni las incertidumbres. Tanto unas como otras son siempre malas compañeras de viaje.
- La inexistencia de la utilidad esperada es la tónica general.
- Para qué hablar del estado de la naturaleza, del entorno.
- Ni saben lo que van, ni lo que quieren ni lo que esperan consumir.
- Y, por supuesto, no existe un análisis propio del tipo de inversor que uno es: neutral, amante, pasivo, etc.
Todo ello, si cabe, cuantificado en términos absolutos y relativos.
Aun así, aquellos que tengan la fortuna de vivir en 2112, verán como sigue habiendo Titanics que se hunden, economías depresivas e inversores liquidando hasta el último céntimo de sus cuentas y de sus vidas.
La planificación de escenarios y su puesta en marcha con planes objetivos de viabilidad, serán las cartas que nos tocará jugar y de ellas elegir la más aversa en términos de riesgo.