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Política monetaria: El juego no es tan simple

Publicado 25.04.2013, 14:23
EONGn
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GIGANTE
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El ministro de Comercio de China hablando para el Congreso Nacional del Pueblo de su país advertía de los peligros que las crecientes tensiones en los mercados de divisas pueden tener en el comercio internacional y especialmente en las economías de los países en vía de desarrollo, dentro de las que todavía podemos encasillar al gigante asiático.

El señor Cheng Deming hacía pública su preocupación por la inflación que este proceso podía transmitir al mundo en desarrollo, por las devaluaciones competitivas y por las políticas monetarias encaminadas a producirlas.

Si bien estas políticas llevadas a cabo por los países desarrollados tienen efectos positivos en ellos (el ejemplo más evidente lo tenemos en los Estados Unidos, donde las compras de títulos de renta fija efectuadas por la Reserva Federal, de manera masiva y continuada, conocidas en el mercado por el nombre de programas de "Quantitative Easing", están consiguiendo mejoras sustanciales en el mercado laboral y han logrado que el país saliera en primer lugar de la crisis), también provocan daños colaterales, o quizás no tan colaterales sino totalmente directos, en los países llamados emergentes que tratan de granjearse un lugar entre las potencias económicas mundiales. Los casos más representativos son China, Brasil e India.

Se puede, por tanto, hablar de una pugna en toda regla que se lleva a cabo con armas no convencionales como son las cotizaciones de las divisas.

Si se tratara de una libre competencia, abiertamente admitida por todos, no estaríamos hablando de ello y tampoco sería objeto de advertencia por parte de los mandatarios políticos y responsables de las economías de los países, pero no es así.

En este mundo global, abierto e interconectado, donde se preconiza como valor fundamental la libertad de comercio y de movimiento de capitales, existen reglas admitidas de manera explícita para que, supuestamente, el sistema pueda seguir funcionando.

La principal y fundamental es la no intervención de los gobiernos o autoridades monetarias de cada Estado en los mecanismos de fijación de precios para que la competencia sea justa. Todos los países del mundo parecen estar de acuerdo con esta regla, incluso los que tienen sus divisas todavía con sistemas restringidos de flotabilidad como ocurre con el yuan chino o el real brasileño.

Existen de hecho diferentes grados de libertad de movimiento de capitales dependiendo del grado de desarrollo de los países implicados. Los que todavía no están totalmente inmersos en este sistema , caso de Brasil , China o Chile por ejemplo, siguen manteniendo un control interno en los movimientos de capitales que les facilita la intervención en su divisa en caso de que lo consideren necesario.

Sin embargo, la intervención, cuando ocurre, es en la mayoría de los casos criticada por el resto, a cuya cabeza se erige Estados Unidos como guardián de la ortodoxia de mercado. Sólo cuando se obtiene el beneplácito para actuar, y cuando así ocurre la intervención es absolutamente efectiva porque se realiza de manera conjunta, la actuación, está libre de críticas y de condenas.

Uno de los casos más característicos es el de Japón, país exportador con una dependencia alta y directa del tipo de cambio de su divisa para su crecimiento económico que ha tenido que sufrir la revalorización continuada del yen a causa de la crisis económica mundial sin poder actuar o quizás sin atreverse a ello.

Solo el último gobierno, recientemente elegido, se ha visto con fuerzas para librarse del tabú de la intervención en la divisa y sólo con una declaración de intenciones sobre la futura política monetaria, que además ha puesto en entredicho la independencia del banco central, ha logrado que la divisa japonesa se depreciara contra el dólar y el euro en torno a un 30%. Inesperadamente esta manera agresiva de actuar no ha sido criticada por Estados Unidos, por el contrario, desde la Secretaría de Comercio se ha reconocido el derecho de Japón a implementar las políticas monetarias expansivas que el nuevo gobierno viene anunciando. Tras el visto bueno de los Estados Unidos, los países que componen el G20, en su última reunión, también han admitido como buena la política japonesa.

En realidad el juego no es tan simple. Lo que se demuestra con el caso de Japón es que no se puede seguir manteniendo una doble vara de medir en lo que a las intervenciones en divisas o mejor dicho, en lo que a las políticas tendentes a devaluar las divisas se trata.

Estados Unidos lleva actuando de manera indirecta en la cotización del dólar desde 1985, año en el que se celebró la famosa conferencia en el Hotel Plaza de Nueva York, de la que salió el acuerdo que lleva el nombre del afamado hotel. Desde entonces , tras un acuerdo insólito por el que Estados Unidos se comprometía a rebajar sus tipos de interés y a reducir su déficit presupuestario – algo que no ha cumplido- , mientras que el resto de las potencias de entonces elevaban sus tasas de interés, el dólar USA no ha hecho más que depreciarse sin descanso. La divisa norteamericana medida por el índice ponderado del dólar se encuentra todavía en terrenos cercanos a sus mínimos históricos, lo mismo que sus tipos de interés.

Estados Unidos se ha venido y se viene favoreciendo de una devaluación continua que le permite llevar su enorme deuda externa de manera más cómoda y trata de competir en el comercio exterior de esta misma manera.

Se trata de una pugna por la preponderancia en el comercio y en la economía mundial que se juega en diferentes frentes pero uno de los más significativos es el de los tipos de cambios. Es por ello, y con razón, por lo que el ministro de comercio Chino advierte de la importancia del tema ya que es fundamental para que el desarrollo económico mundial se realice de una manera equilibrada.

Los países con alto potencial de crecimiento pero con menos capacidad de actuación por la todavía desequilibrada estructura económica que poseen, se ven en la obligación de ir improvisando medidas coyunturales para amortiguar los efectos que la política monetaria ultra-expansiva de Estados Unidos tienen en la cotización del dólar. El caso más claro es el de Brasil que intentó evitar los efectos negativos que un dólar débil contra el real brasileño tenía en sus cifras de comercio exterior con rebajas de tipos de interés. Pero la inflación importada en un país con una estructura de demanda todavía poco flexible, ha inhabilitado esta medida y la consecuencia es y será un empobrecimiento de sus cifras de crecimiento.

Pero el caso más preocupante es el nuestro, el de Europa. Aquí, aunque se trate de una economía plenamente desarrollada, el problema estriba en la no existencia de una política de tipo de cambios y en la disparidad de criterios para afrontar la política monetaria.

Por mandato, el BCE no se encarga de la paridad del euro y tiene prohibido convertirse en financiador de último recurso por lo que no puede hacer lo que los otros grandes bancos centrales, Reserva Federal, Banco de Inglaterra y Banco de Japón.

El resultado es una divisa sobrevalorada contra el dólar y que en el futuro próximo volverá a estarlo contra la libra y el yen. Lo preocupante y al mismo tiempo inexplicable es que la economía europea es la que se encuentra en peor situación con respecto a las otras mencionadas y que una de las pocas salidas de la recesión está en el sector exterior. Sin embargo a nadie parece preocuparle el tipo de cambio de la divisa europea.

Aunque se quiera negar y aunque parece no ser políticamente correcto hablar de guerra de divisas, como hemos podido comprobar tras la última reunión de los países del G7, la realidad es otra, las potencias mundiales, con la única excepción de Europa, se han embarcado en políticas monetarias expansivas para de manera directa o indirecta conseguir devaluar sus respectivas monedas y con ello estimular sus economías. Las consecuencias serán el empobrecimiento o al menos la ralentización en el desarrollo de los países emergentes que no podrán hacer otra cosa que intentar para el golpe que les viene de sus vecinos más ricos y una reducción de las cifras de comercio internacional. Europa tendrá que admitir que no puede dejar que su divisa se revalorice por las decisiones de política monetaria tomadas por otros países y deberá cambiar la forma de actuar so pena de mantenerse durante tiempo en cifras de crecimiento negativo y en el futuro dejar de formar parte del grupo de píises desarrollados.

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