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Reindustralización, creer en la empresa y olvidar falsos testimonios

Publicado 22.04.2020, 10:06
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"Hay que reindustrializar España y creer en la empresa". Esta idea es clave para entender el mapa de actuación de los próximos años en España.

Si en la crisis de 2008 fue el sector de la construcción el que pasó de ser la gallina de los huevos de oro de la economía española a ver cómo se esfumaban cientos de miles de trabajos, en 2020 el turismo y la hostelería parecen contar con muchas papeletas para ocupar este rol. Dos de las actividades sobre las que la economía española ha soportado el sostenido crecimiento de los últimos años tienen que echar la persiana sine die.

Lo mismo que se le exige al sector empresarial, debemos hacerlo de la misma forma al sector político. Necesitamos tener a los mejores en posiciones clave del gobierno para que pueda dirigir una nación hacia el rumbo que se merece su pueblo.

A 22 de abril de 2020, mientras no se hagan Test Masivos (RT-PCR) al 100% de la población española, no tengamos focalizado al sector sanitario y tercera edad, así como la clave para atacar el problema que son los asintomáticos y no asintomáticos, y por último y no menos importante, el coronavirus no tenga vacuna, el negocio turístico, que emplea a tres millones de personas en España, deberá conformarse con mantener una actividad de mínimos centrada en el turista español cuando pueda volver a operar. Un plan que, ahora mismo, está más en el campo de la teoría que en el de la práctica. No es posible predecir si los ciudadanos podrán realizar actividades turísticas ni si, en el caso de que puedan, tendrán dinero para hacerlo.

Ante este panorama, todos los focos señalan a la industria como futura vacuna que inmunice a la economía española. Un sector que llega a esta crisis aportando al Producto Interior Bruto Español (PIB) un 16%, frente al 18% que representaba en el año 2000. Un segmento de la economía que, año tras año, se ha ido alejando del 20% que marcó como objetivo la Unión Europea.

Ahora, después de casi dos décadas en las que gobiernos de todos los colores (algún partido más centrado en falsos testimonios que en producir se ha llevado la palma) a nivel estatal y autonómico han visto como la industria menguaba sin poner remedio, este sector es el elegido para marcar el nuevo rumbo económico del país. Todo ello en un contexto de crisis internacional y con un componente de incertidumbre nunca conocido para las economías desarrolladas en la historia reciente.

La razón de esta fiebre reindustrializadora reside en el tremendo valor añadido que cada puesto de trabajo de este sector aporta al conjunto de la economía frente a otras actividades. El 80% de los contratos, en algunos sectores supera el 90%, son indefinidos. Del mismo modo, la remuneración de estos empleados es un 25% superior a la media nacional. Un dato del que, además, se benefician las arcas del Estado ya que es el sector que mayores ingresos vía cotizaciones e IRPF le proporciona.

Las virtudes no terminan ahí. El alto nivel de cualificación de sus empleados es financiado, en gran parte, por el propio sector. Esto lo convierte en la actividad económica con mayor inversión en formación. Una singularidad que también se repite en lo que tiene que ver con la inversión en innovación y desarrollo en España. Este cocktail le permite generar exportaciones de bienes por valor de 250.000 millones al año.

La pérdida de peso de la industria española ha venido de la mano de una concentración en un número cada vez menor de actividades. Hay sectores como la industria naval que desde 1975 han perdido el 95% de sus empleos. La industria textil, uno de los clásicos españoles, ha vivido una evolución muy negativa hasta 2013. Desde año el sector volvió a ganar empleos, una tendencia que cambió en 2018 cuando, sólo en un año, se esfumaron el 11% de sus empleos. Tenemos que dar gracias a empresas y empresarios como D. Amancio Ortega.

En cambio, otros segmentos han conseguido aguantar e incluso ganar peso en estos años. Entre los que mejor evolución han tenido destacan alimentación, maquinaria, química o farmacia. Sobre todos ellos emerge la figura del automóvil, el último gran bastión industrial que ha conseguido sobrevivir a las distintas crisis que han azotado España durante el último medio siglo y que lidera las exportaciones del sector: uno de cada cuatro euros exportados por las fábricas españolas dependen del automóvil según los datos del Consejo Económico y Social de España (CES).

Este sector también ha perdido puestos de trabajo en los últimos años. Concretamente, 49.000 en 15 años. A pesar de ello, da trabajo directo a 300.000 personas. Cifra a la que hay que incorporar otros dos millones de empleos si se le añaden todas las actividades que giran alrededor de esta industria.

Con esta fuerza laboral, España ha conseguido afianzarse en el noveno puesto mundial de fabricantes de vehículos con 2.822.355 unidades ensambladas en 2019. Una posición sólo superada en Europa por Alemania y en la que nuestro país se sitúa cada vez más lejos de potencias económicas como Francia, Reino Unido o Italia.

Pero, ¿por qué España ha conseguido mantener una posición de primer nivel en el automóvil mientras otras industrias se esfumaron? Son muchos los factores que han configurado al automóvil como la rara avis de la industria española pero, entre todos ellos, desde el sector se señala a uno por encima del resto: la flexibilidad laboral.

Las plantas españolas han tenido que hacer frente a crisis propias y ajenas durante las últimas décadas. Tanto los responsables de las plantas como los representantes de los trabajadores han sabido encontrar fórmulas que han permitido minimizar el impacto de las crisis repartiendo el trabajo al máximo entre sus plantillas en lugar de destruir empleos.

Se ha priorizado la importancia de mantener tejido en los momentos malos que luego ha sido la base del crecimiento en los ciclos expansivos. Algo para lo que la flexibilidad ha sido clave. Un concepto laboral del que en España comenzó a hablarse en un evento que la crisis del coronavirus ha devuelto a la primera línea de la actualidad: los Pactos de la Moncloa.

Hoy en día, empresa y sindicatos no son capaces de llegar a un acuerdo apoyándose en soluciones tradicionales como despidos o jubilaciones. Los números no salen.

La flexibilidad laboral es una fórmula que genera multitud de beneficios. Al no tener que realizar despidos, que conllevan sus consiguientes indemnizaciones, la compañía ahorra mucho dinero a corto plazo con lo que consigue liquidez. Del mismo modo, evita la pérdida de capital humano, asegurando así que la empresa conserve su base de conocimientos.

Al no desprenderse de la gran mayoría del capital humano, los patrones de trabajo existentes podrían mantenerse en gran medida por lo que la compañía no tuvo que emprender grandes reorganizaciones. Por último, el nuevo marco de relaciones laborales daría a la compañía cintura para lidiar con las fluctuaciones futuras cuando tuviera que enfrentarse a reducciones o aumentos de demanda.

La importancia de la empresa en la economía es fundamental. La única forma que argumentaba Schumpeter como salida ante una crisis inminente de cierre masivo de empresas, es el fortalecimiento de la innovación, el fomento a la incorporación de nuevo conocimiento al sector productivo y su consecuente aporte en el desarrollo de nuevas ramas industriales y nuevas oportunidades de empleo y de bienestar para la sociedad.

Quiero acabar este artículo con una frase que resume muy bien la situación: " Nuestros mejores éxitos vienen a menudo después de nuestras mayores decepciones".

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