Cuando el negocio principal no está creciendo, los nuevos proyectos encuentran escepticismo. En los mejores tiempos, lo “nuevo” por lo general genera mucho entusiasmo. En tiempos más difíciles, lo “nuevo” desafortunadamente no tiene el mismo efecto. En periodos de vacas gordas, no hay mucha resistencia para incluir el futuro crecimiento de una compañía en las valoraciones. Es decir, si la compañía en cuestión está creciendo mucho, no es inusual que los mercados asuman estas proyecciones como hechos que se añaden al valor de la acción. En este sentido, se podría decir que el futuro es hoy. Elon Musk, por ejemplo, es un experto en este estilo de valoración. El futuro es esto. El futuro es aquello. Y la gente le cree. Entonces, sus compañías no se valoran según sus ingresos, sino que se valoran en torno a una combinación de promesas, esperanzas y expectativas.
En periodos de vacas flacas, otro gallo canta. En este caso, con el cambio de sentimiento, los inversores sí piden verle el queso a la tostada. Los inversores se vuelven más conservadores. La tolerancia al riesgo disminuye. Y surge un retorno a los fundamentales. Ya no se mira tanto al futuro. De pronto, el presente gana relevancia. Eso es lo normalmente se llama, por un lado, inversión en “valor” y, por el otro, inversión en “crecimiento”. Digamos que una compañía como Coca-Cola (NYSE:KO) es una inversión en valor. Y una compañía como Tesla (NASDAQ:TSLA) es, definitivamente, una inversión en crecimiento.
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