Marga Zambrana
Pekín, 13 ago (EFE).- La detención de cuatro directivos de la
minera australiana Rio Tinto por supuesto espionaje, robo de
secretos comerciales y sobornos pone en duda las prácticas de los
negocios en China, la aplicación de leyes como la de secretos de
Estado y el manejo de sectores industriales "estratégicos".
El australiano Stern Hu y otros tres ejecutivos de Rio Tinto en
Shanghai fueron detenidos "formalmente" ayer tras seis semanas de
arresto en las que fueron acusados de espionaje y robo de secretos
de Estado y de sobornar para manipular el precio del mineral de
hierro, ya que la siderurgia es considerada "sector estratégico" de
seguridad nacional para el Ejecutivo comunista.
Cuando ayer fue publicada la detención formal -pendiente de
acusación-, emitida por el Tribunal Popular Supremo, la acusación de
espionaje había desaparecido tras enormes tensiones diplomáticas
entre Pekín y Camberra desde el 5 de julio, y Pekín anuncia cargos
menores: robo de secretos comerciales y sobornos.
Así, en lugar de afrontar una eventual cadena perpetua, los
cuatro podrán ser condenados a penas de tres a siete años de cárcel
mientras que el Supremo asegura que el de Rio Tinto es caso aislado.
La detención preocupa en sectores empresariales extranjeros con
intereses en China pues se llevó a cabo en medio de unas prolongadas
negociaciones por el precio del mineral de hierro entre Rio Tínto y
siderurgias chinas, y la ven como una presión de Pekín para forzar a
la baja el precio.
El caso ha servido también para poner a prueba y analizar la
ambigüedad de la revisada ley de secretos de Estado, un cajón de
sastre que sirve al régimen tanto para detener a disidentes como
para la censura informativa y ahora también para los negocios.
"El borrador es desalentador", dijo uno de los mayores expertos
en legislación china, Jerome A. Cohen, codirector del Instituto de
Leyes de Asia de la Universidad de Nueva York, en el diario
hongkonés South China Morning Post.
Ignorando las sugerencias de las regulaciones de Información
Abierta del Gobierno (OGI, siglas en inglés), implementadas en 2008,
que piden mayor transparencia en informes financieros, planes de
emergencia y casos de sanidad, alimentación y fármacos, la nueva ley
amplía la persecución de secretos de Estado a medios digitales e
internet.
"El borrador es muy específico en cuanto a multas contra el
personal del Estado que infrinja los protocolos de seguridad",
señala Cohen, "pero no en la clasificación arbitraria" de secretos
de Estado, y el experto prevé "un exceso de acusaciones" sin ningún
intento por limitar "la gran extensión de aplicación" de la ley.
La situación para ciudadanos ordinarios y empresarios es aún
peor, pues no hay posibilidad de identificar lo que es o no secreto
de Estado.
Un documento se puede clasificar como tal durante un proceso
judicial si el tribunal estima que el acusado "debería haber sabido"
el impacto de una información para la seguridad nacional china.
Otro tanto sucede con los sectores considerados "estratégicos"
por Pekín, una lista que raramente es publicada y en la que el
Ejecutivo tiene la última palabra en materia de fusiones y
adquisiciones con empresas foráneas, entre los que se cuentan lo
aeroespacial, telecomunicaciones, manufacturas avanzas o energía.
Pero la mayor preocupación es la acusación por sobornos, ya que
es vox populi entre empresarios y materia de estudio en las escuelas
de negocios, que no hay acuerdo en una negociación si no hay regalo.
"Tenemos que pagarles un viaje a nuestro país cada vez que
negociamos", señalaba a Efe una empresaria que trabaja desde hace
seis años en Pekín, en uno de los múltiples ejemplos en los que se
establece "guanxi" ("contacto"), como la invitación a ágapes
inasequibles o la compra de regalos. EFE