El próximo 20 de diciembre, España, por primera vez, va a tener que gestionar un nuevo escenario en el panorama político. Las elecciones generales no van a dar un claro vencedor, hecho que en otras muchas anteriores no se ha dado igualmente.
La diferencia es la desaparición del bipartidismo por una segmentación parlamentaria entorno a cuatro partidos representando entre el 15% y el 30% cada uno de ellos. Esta situación es nueva, y como tal, desconocemos qué procesos bailarán para formar Gobierno, y una vez formado éste, qué aceptación tendrá la economía nacional e internacional desde el punto de vista inversor.
Esto es un hecho, y como tal, genera incertidumbre y freno para según que cosas importantes en la toma de decisiones. La disparidad de criterios en materia económica son bastante dispares entre los diferentes actores.
La capacidad de generar consensos es limitada dadas las ideologías y praxis políticas que proponen en sus diferentes programas. Es una obviedad que cambios van a haber como nunca los hubo.
Este hecho, en si mismo, encierra replantear teorías y prácticas que obligan a que todo se vuelva más lento o se desarrolle con menor rapidez, considerando este el mejor de los escenarios.