Es probable que quienes lean este artículo hayan alguna vez escuchado el término: profecía autocumplida. En criollo y brevemente, dicho término se refiere al hecho de que cuando los mercados se ponen pesimistas con algún activo en particular aun cuando los fundamentos no lo justifiquen, dicho activo puede terminar sucumbiendo a pesar de no existir razones reales para que ocurriese.
Vamos a un ejemplo simple: supongamos que el mundo entero decidiese que un país “X” no va a poder hacer frente a su deuda, aun cuando no existen razones macroeconómicas a nivel fundamental.
Si el mercado comienza a operar dicha idea ocurrirían dos cosas: a) que los que están posicionados a largo plazo en la deuda de dicho país empiezan a liquidar sus posiciones, y b) que, además, aparecen los que empiezan a “shortear” la deuda especulando a la baja.
Ambos jugadores ocasionarían seguramente un colapso en el precio de los bonos soberanos del país “X” y, por lo tanto, un salto estrepitoso en la rentabilidad de los mismos.
A su vez, este salto comenzaría a dificultar el acceso al crédito razonable por parte del país “X” y, en última instancia, lo estrangularía hasta el punto de encarecer tanto la refinanciación de su deuda que culminaría por caer en impagos.
Como vemos, este estado estaba razonablemente saludable cuando comenzó esta historia y, a lo largo del tiempo, dado el ataque negativo y especulativo del mercado la historieta termina siendo realidad.
El mercado opera una y otra vez una historieta “bearish” (pesimista) y a fuerza de posiciones cortas termina estrangulando al país en cuestión, hasta tal punto que la historieta termina convirtiéndose en realidad.
Precisamente, esta última frase “historieta convirtiéndose en realidad” hace a la esencia del concepto de profecía autocumplida: si jugamos a que todo está mal, todo termina estando mal.
Bien, ¿y por qué digo todo esto? Porque tengo la sensación de que hoy en día, a fuerza de QE y cuanto estímulo monetario quieran imaginarse, el mundo está operando una profecía autocumplida pero al revés: jugamos a que todo está bien destruyendo a cuanto “bear” se cruce en el camino.
El primer ejemplo que se me viene a la cabeza es Europa: los mercados la “shortearon” hasta el hartazgo, pero desde fines del 2011, de golpe la historieta europea simplemente dejó de estar de moda y desde ahí los bonos PIIGS tuvieron un rally formidable y absolutamente espectacular.
Basta con mirar el gráfico siguiente que describe el abrupto colapso de la rentabilidad de la deuda de Grecia a 10 años, como si aquí no hubiese pasado nada, como si Grecia estuviese sólida y en vías de próspero crecimiento.
Grecia comienza la crisis cotizando cerca de Alemania en 4,5%, en marzo 2012 alcanza un interés del 40% y hoy rinde al 5,93% como si aquí no hubiese pasado nada.
Si jugamos a que todo está bien, todo termina estando bien, hasta la curva soberana de Grecia.
Cada día que observo colapsar a cuantos “osos” intentan “shortear” el mercado me convenzo más de vivir en un mundo que a fuerza de QEs, tasas en cero y Puts Gratis infinitos, se convenció a sí mismo de que todo está bien, autocumpliendo un equilibrio en el que nada pareciera preocupar a nadie.
Lo acontecido en todas las curvas soberanas de Europa, comprometida ciertamente, denotan un mercado que articuló la profecía de que todo puede estar bien simplemente si jugamos a que nada está mal. Y los dejo con tres preguntas:
¿Si los mercados en 2008 hubiesen tenido la actitud del 2014, hubiera habido quiebra de Lehman Brothers?
¿Qué tan importante es la verdad en estos mercados reactivos al alza?
¿Qué tan crítica es una crisis si al final de cuentas el mercado decide simplemente jugar a que no existe?