Habrán leído en la prensa estos últimos el término “guerra de divisas”. Pues sí, es un clásico que cada cierto tiempo regresa y que da para escribir ríos de tinta. Yo no les voy a abrumar e iré al grano.
Hace unos años ya escribí varios artículos referentes a este tema, de manera que vamos a recordar algunas cosas fundamentales de forma resumida.
Es cierto que siempre ha existido un peligro real de asistir a una guerra de divisas, máxime cuando hay países que se plantean la posibilidad de depreciar sus divisas para, de esta manera, favorecer sus exportaciones. No hay que remontarse mucho tiempo atrás para recordar el caso del Banco de Japón (BoJ), el Banco de Suiza (BNS), el Banco de Inglaterra (BoE), Noruega, Corea, etc. De entre estos países, unos lo llevaban haciendo desde 2011, otros no tenían pudor alguno en reconocer públicamente que estaban pensando seriamente en hacerlo, otros no confirmaron nada pero es muy probable que por detrás actuaron.
Si se están preguntando si una guerra de divisas es algo peligroso, la respuesta es sí, ya que supone entrar en un ciclo de devaluaciones entre divisas de varios países que terminarían por lastrar la economía mundial. Tengan en cuenta que si un país deprecia su divisa para favorecer sus exportaciones está perjudicando a las economías de otros países, y éstos a su vez harán lo mismo, entrando en un bucle de consecuencias peligrosas.
Por tanto, la idea es que se interviene en el mercado de divisas para depreciar la propia moneda y poder así favorecer las exportaciones, al mismo tiempo que se encarecen las importaciones, con lo que se incentiva a la sociedad para que compre y adquiera aquello que es producido dentro del propio país.
O dicho de otra manera, el valor de una divisa es un arma muy poderosa en economía, puesto que si dicho valor es demasiado elevado origina que las exportaciones del país en cuestión sean menos competitivas, y si es demasiado bajo provoca que las importaciones sean muy costosas y se asista a una elevada inflación. Es precisamente por todo esto por lo que en una guerra de divisas, los países “luchan” entre sí para depreciar su propia divisa y así favorecer sus exportaciones e incidir en la inflación.
Generalmente, para depreciar una divisa dentro de este contexto, existen cuatro maneras:
– Rebajar tipos de interés: La finalidad es luchar contra la debilidad de los precios, evitar un escenario deflacionista, reactivar la economía e impulsar las exportaciones. Así pues, los cambios en los tipos de interés de un banco central afectan e inciden en la demanda de su divisa y en el tipo de cambio respecto a otras divisas.
– Programa QE: Es un programa o medida que consiste en generar dinero y ponerlo en circulación. Así pues, consiste en inyectar liquidez al sistema a través de los bancos.
– Intervención del banco central: Vendiendo su propia divisa y comprando las de otros países, de esta forma el valor de su propia moneda cae. El problema es que suele tener efecto únicamente en el corto plazo por la sencilla razón de que es bastante costoso.
– Mensajes: Las autoridades simplemente se encargan de decir públicamente en reiteradas ocasiones que están planteándose acometer acciones para debilitar su moneda, de esta manera los inversores tienden a no comprar dicha moneda, sobre todo los especuladores. Pero cada vez más hoy en día esta medida va perdiendo sentido puesto que los inversores no tienden a creerse todo lo que se dice.
Tenemos un antecedente cercano de guerra de divisas, fue en octubre de 2014 cuando Japón adoptó serias medidas para depreciar el yen, y ello originó que 25 bancos centrales rebajasen sus tipos de interés para no perder competitividad. Es más, las depreciaciones de las divisa comunitaria y la divisa nipona frente al billete verde suponían toda una presión para que China también entrase en el juego depreciando el yuan.
Pues bien, en Estados Unidos parece que están jugando al gato y al ratón. Primero salió el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, diciendo que la debilidad del billete verde sería positiva para las inversiones del país. Claro, estas palabras fueron interpretadas por la comunidad internacional como toda una declaración de intenciones. La reacción no se hizo esperar, el dólar se depreció.
Luego llegó el turno del presidente Trump comentando todo lo contrario, que el dólar se va a fortalecer mucho más y que él quiere ver un dólar fuerte, algo cuanto menos curioso porque es sabido que siempre deseó lo contrario.
Las reacciones internacionales comenzaron a aparecer:
- Mario Draghi (presidente del Banco Central Europeo) recordó la existencia de un pacto no escrito para no alterar de manera artificial la evolución de las divisas y no acometer devaluaciones competitivas.
- Taro Aso (ministro de finanzas de Japón) insistió en que los países no deben intervenir en los mercados de divisas en base a lo suscrito en el marco del G7 y del G20.