No recuerdo su nombre. Vive en el quinto, encima de mí. Le oigo que rechista cada día. Cierra fuerte la puerta y baja las escaleras. Tiene pisada fuerte y respiración ruidosa. Siempre pega un portazo en el portal y camina calle abajo en manga corta, incluso en invierno.
El tipo regenta una cafetería. De esas que abre de buena mañana. Tiene mal genio. Al llegar y alzar el cierre ya le esperan varios proveedores. Compra producto fresco a buen precio. Firma los albaranes y comienza su rutina. Masa madre, siropes, natas montadas y mucho azúcar, kilos. Prepara cantidad de pastas y pasteles, dulces y de colores. Los vende un 300% más caro. Puedes pedir un café y un buen panqueque y sentarte junto al gran ventanal. Tiene dos enormes haciendo esquina. Desde allí puedes ver como despierta la ciudad. Como si Hopper lo hubiera pintado.
No hay local igual en toda la ciudad. Buena ubicación, producto fresco y de calidad. Preparado de buena mañana. Lo pagas caro amigo pero no hay sitio igual en toda la capital. A las doce se marcha. Delega las tareas. Hace cosas que otros no hacen. Cafeterías hay muchas. Ninguna es competencia directa. Nadie hace lo que él.
Así lleva años y siempre tiene clientela. De todas las edades. A todos les gusta el dulce. Es un especulador nato. Compra la mejor calidad al mejor precio. Vende lo que nadie hace a precio único. El mercado lo paga. Sabe lo que hace. Tiene un sistema de trabajo. Una rutina. Es disciplinado, constante, eficiente. A las 8.00 horas el artesano ya lo tiene todo hecho. Se levanta a las 5.00. Rechista pero le compensa. Nadie hace lo que él. Es sacrificado.