Existe una gran confusión entre los inversores con respecto a la inflación. Hay dos escuelas de pensamiento: los que creen que es un problema y los que no.
Dado que la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, expresidenta de la Reserva Federal y consumada economista por derecho propio, se sitúa en este último grupo, los inversores se muestran cautelosos a la hora de anticiparse a la decisión de la Fed de subir los tipos. Pero Yellen tiene sus planes y, como política que es ahora, puede que no sea tan digna de confianza como antes.
En cualquier caso, el domingo, Yellen reiteró su opinión de que la inflación volvería a caer al nivel del 2% a mediados del segundo semestre de 2022. Aun así, falta casi un año para eso.
El rendimiento de los bonos del Tesoro estadounidense a 10 años de referencia volvió a caer por debajo del 1,64% durante la jornada de negociación de este lunes, tras rondar el 1,67% al principio de la sesión.
El rendimiento de los bonos a 10 años superó brevemente el 1,68% el viernes, después de que las solicitudes iniciales de subsidio por desempleo del jueves pasado se situaran ligeramente por debajo de las expectativas, en un total 290.000, lo que indica que el repunte económico sigue siendo sólido.
Inflación transitoria frente a la escalada de precios impulsada por la demanda
Algunos estrategas de inversión coinciden con Yellen y el presidente de la Fed, Jerome Powell, en que la inflación, aunque parece ser más persistente de lo previsto, es un fenómeno transitorio derivado de los problemas de la cadena de suministro. Afirman que no está impulsada por la demanda, aunque hay bastantes pruebas que apoyan esa teoría, por no hablar de las anécdotas del Libro Beige de la Fed, donde contactos de los distintos distritos informan de una demanda muy elevada que hace subir los precios.
Por ahora, los miembros más prudentes parecen tener la sartén por el mango en materia de política monetaria, ya que Yellen y Powell podrían seguir alargando el plazo de descenso de la inflación. Yellen quiere conseguir que el ambicioso plan de gasto de la administración pase por el Congreso y Powell quiere pleno empleo —y otro mandato de cuatro años como presidente.
El anuncio que hizo la semana pasada Jens Weidmann, director del banco central de Alemania, que dejará su cargo tras 10 años de lucha contra las políticas de dinero fácil en el consejo de gobierno del Banco Central Europeo, marcó la salida de uno de los más destacados miembros agresivos de los bancos centrales. Si bien es probable que su sucesor siga siendo relativamente agresivo, en general se cree que lo será menos.
Pero eso no significa que los agresivos estén equivocados. Los inversores tienen razón al estar confusos y ser cautelosos. Durante años, los banqueros centrales lucharon contra la ideología heredada de que la expansión de los balances de los bancos centrales tras la crisis financiera de 2008 llevaría a la inflación. Nunca lo hizo, y ahora creen que tales nociones están obsoletas.
Pero la tierra sigue girando alrededor del sol, las leyes de la gravedad siguen haciendo caer las cosas y la historia no ha llegado a su fin. Las modas económicas van y vienen, y el pensamiento postkeynesiano está ahora en auge, mientras que Milton Friedman —que curiosamente pensaba que una avalancha de dinero conduciría inevitablemente a la inflación— está pasado de moda, por ahora.
El economista monetarista Brian Reading, un veterano del gobierno y de los medios de comunicación, argumenta fehacientemente que la estanflación está a la vuelta de la esquina, ya que la inflación inducida por el alza de los costes, a la que nadie presta mucha atención, significa que la subida de los precios provocará un aumento del desempleo, a diferencia de la inflación inducida por la demanda, en la que la caída del desempleo provoca una subida de los precios.
Su argumento —en dos artículos recientes ante el OMFIF (Foro Oficial de Instituciones Monetarias y Financieras), del que es miembro del consejo asesor— es sutil, pero se une a la creciente corriente que desmiente la idea, muy extendida en los bancos centrales, de que las expectativas de inflación canalizan la subida de los precios.
Por el contrario, afirma que las fluctuaciones de los precios, por muy transitorias que sean, son tan contagiosas como el COVID-19, y generan demandas salariales y nuevas subidas de precios que no desaparecerán rápidamente. Los bancos centrales, que siguen apoyando unas "acciones insosteniblemente sobrevaloradas", se verán obligados a actuar. La caída, concluye, es ya inevitable, pero cuanto antes retiren los bancos centrales los estímulos, mejor.
Suena macabro, pero ¿y si tiene razón?