Carmen Postigo
Roma, 13 nov (EFE).- La dimisión de Silvio Berlusconi y la entrada en escena del neoliberal Mario Monti puede poner fin a una era en la política italiana, en la que los privilegios de la llamada "casta" y el anquilosamiento de su economía y de la administración pública estaban cuasi arraigadas en la cultura política del país.
Han tenido que ser los socios europeos ante el peligro de su propia supervivencia, los que han dado la voz de alerta y actuar rápidamente, tanto en el plano político como en el económico, para que la situación no se precipitara en los mercados y les arrastrara a los abismos, ante la incapacidad de reacción del primer ministro Silvio Berlusconi.
En Europa se desconfiaba absolutamente de Berlusconi, un hombre que entró con una amplísima mayoría en el Parlamento y que contó con cotas de popularidad muy altas, hasta que los juicios, las leyes que hizo a su medida y sus escándalos sexuales fueron restándole apoyos ante todo, por su fracaso a la hora de resolver la crisis.
Y ha sido el presidente de la República, Giorgio Napolitano, de 86 años, el artífice, siempre de acuerdo con la UE, de la gestión de la transición política y el que sugirió el nombre del neoliberal y prestigioso economista italiano, Mario Monti, para liderar un Gobierno técnico que acometa las reformas profundas que necesita Italia, con una deuda pública del 120 % del PIB.
Y es que las reformas exigidas por la UE al Gobierno italiano y contenida en la llamada "maxienmienda", además de tardías y tibias, no son suficientes para frenar la sangría financiera que debilita al país, "cuya economía pública requiere reformas profundas", aseguró a Efe el analista económico, Franco Scaramuzzi.
"Hemos gastado más de lo podíamos porque el sistema del país es extremadamente caro ya que los mastodónticos y obsoletos sectores público y administrativo, donde hay duplicidad de entes y organismos, se llevan la parte del león y, por lo tanto, se gasta más de lo que se ingresa", refirió.
Además, según Scaramuzzi, "la presencia del Estado en el tejido productivo es enorme en los sectores más estratégicos y esto crea una gran vinculación de intereses".
Berlusconi se ha limitado a seguir una política que se perfilaba en los 80, nunca ha llevado a cabo un cambio fuerte y determinado y, también en la oposición -sostiene Scaramuzzi- hay mucha demagogia a la hora de ponerse de acuerdo con las partes sociales.
Una visión radicalmente opuesta a la de los tradicionales partidos políticos es la del excomisario europeo para la Competencia, Mario Monti, quien además de ser ajenos a ellos, los propios analistas italianos lo tachan de anti-italiano y de anglosajón, "por su aplomo, estilo y compostura".
Monti ya ha hablado en tonos severos de Italia: "No lo niego, tenemos delante un trabajo enorme".
"Europa y la comunidad internacional piden a Italia que haga lo que cualquier país debería hacer por sí solo, es decir crecer", asegura.
Se trata, pues, de convicciones sobre lo que "debe hacerse", y sobre lo cual no puede haber "muchas divergencias intelectuales", en referencia a las interminables debates parlamentarios sobre cada y una de las propuestas económicas del Gobierno.
El excomisario europeo es tajante: "el crecimiento, que quizá representa, con la deuda, el primer problema de Italia, es el elemento que con mayor fuerza marca, desde hace años, la distancia que nos separa de los países fuertes de la UE, y en primer lugar de Alemania".
Y Monti aclara inmediatamente cuál debe ser el principal motor del inexistente desarrollo: "El crecimiento no debe llegar del recurso a la deuda, sino más bien de la eliminación de los obstáculos que hasta ahora nos han frenado".
Se necesitan, pues, según Monti, "reformas estructurales para eliminar los privilegios que hoy tienen casi todas las categorías sociales", porque lo que obstaculiza las reformas políticas es el hecho de que "cada uno tiende naturalmente a defender su circunscripción electoral".
Además, a juicio de Monti es de desear una mayor implicación del país en el eje franco-alemán contra la crisis: es interés de todos y sobre todo de una Italia "que se ha expulsado completamente por sí sola en los últimos años".
Unas afirmaciones que de convertirse en realidad, abrirían una nueva era en la modernización política y económica de Italia. EFE