César Muñoz Acebes
Riobamba (Ecuador), 26 jul (EFE).- Los clientes más fiables del sistema financiero ecuatoriano no son las grandes empresas sino trabajadores informales, especialmente en el campo y pequeñas ciudades, que a veces a duras penas son capaces de escribir su nombre, pero que hacen lo imposible para devolver los préstamos.
Uno de ellos es Sonia Tibanquiza, de 33 años, madre de 3 hijos, quien vende fruta en el mercado mayorista de Riobamba, una ciudad rodeada de volcanes en el corazón de los Andes.
Tibanquiza recibió un préstamo de 1.500 dólares de la Cooperativa de Crédito Riobamba que le permite adquirir la fruta al contado, en lugar de "comprar fiado" con recargo.
"Dan los intereses bien bajos y uno se puede cubrir", explica la mujer. El préstamo es al 14 %, una tasa muy alta en los países desarrollados pero menor que la media del mercado en Ecuador, que está entre el 20 y el 25 %.
En comparación, los "chulqueros", prestamistas informales que se pasean por el mercado con una riñonera repleta de billetes, prestan al 10 %, pero no al año, sino al día.
"La gente que mejor paga es precisamente el segmento informal", explica Sonia López, gerenta encargada de la Cooperativa.
"Esta gente se siente muy complacida por abrirle las puertas porque ellos nunca han tenido acceso al sistema financiero formal y buscan retribuir de alguna forma esa confianza que les estamos dando nosotros", añade.
Eso hace que la Cooperativa, con una cartera de créditos de 92 millones de dólares, tenga una morosidad inferior al 1,9 %, frente a más del 3,5 % de la banca privada en Ecuador.
Respalda esa cartera con recursos propios y con un préstamo de 3,5 millones de euros (unos 5 millones de dólares) del Instituto de Crédito Oficial (ICE) de España, en condiciones muy ventajosas.
Sin embargo, el nombre de España no aparece por ningún lado para evitar que el prestatario crea que los fondos son "regalados", explica Ángel González, adjunto al coordinador general de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) en Ecuador.
La meta es no ofrecer dádivas, sino dar a los microempresarios las herramientas para mejorar su nivel de vida.
"La persona se hace dueño de su propio desarrollo, no espera bonos o subsidios del Estado, se hace una idea de empresa y con su propio trabajo saca adelante a su familia", dice González.
El agricultor Pedro Tenelema, de 54 años, puede dar fe de que su vida ha cambiado gracias el acceso al crédito.
"Mis hijitos, por ejemplo, no tenían ningún trabajo, entonces andaban por aquí, por allí, migrándose, buscando un trabajito, pero no se avanzaba para sostener a la familia", afirma.
Hoy trabajan todos juntos en varios invernaderos de su propiedad, donde cultivan tomates, regados por las aguas abundantes que bajan del nevado Cubillín, en la comunidad Tunshi San Miguel.
Tenelema nunca ha dejado de pagar una mensualidad de los préstamos. "No tenemos vergüenza de ir a la Cooperativa Riobamba, porque nos facilita, somos cumplidos, y de alguna u otra forma tenemos que completar la letra para no quedar en mal", dice.
Para los artesanos Judith Cajamarca y Enrique Chovarrea, que tienen 7 hijos, el crédito de 2.000 dólares que han recibido les permite no tener que esperar a vender una alfombra para comprar la lana para confeccionar una nueva.
"La ayuda es que sigo trabajando tranquilamente con ese material para seguir vendiendo y seguir pagando el crédito", dijo Chovarrea, de 56 años, en su pequeño taller en el centro de Guano.
La mayoría de los microempresarios carece de avales, lo que les impediría acceder a un préstamo normal, pero la Cooperativa analiza principalmente "la voluntad de pagar", así como la situación del mercado, según López.
La entidad cuenta con unos 60 oficiales de crédito que visitan el negocio de los microempresarios y son una fuente de información sobre precios y cultivos para los propios agricultores.
En Ecuador, la cartera de microcréditos ha crecido enormemente en los últimos cuatro años y ahora suma 1.800 millones de dólares, por la entrada en el sector de los bancos privados.
Eso supone competencia para las cooperativas, pero para los vendedores ambulantes, los pequeños agricultores y los artesanos significa más crédito para salir de la pobreza por sus propios medios. EFE
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