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Venezuela ha estado viviendo con hiperinflación desde al menos el 2014. Su moneda nacional —el bolívar venezolano— alcanzó una tasa oficial de inflación del 57,3 por ciento en febrero del 2014, mientras que los analistas de divisas independientes informaron que, para septiembre, la tasa de inflación real ya había superado 100 por ciento. En otras palabras, el bolívar (VEF) se estaba depreciando rápidamente en valor, y los venezolanos comunes necesitaban algo para llenar el vacío que les quedaba como medio de intercambio viable una sola vez.
Por definición, la hiperinflación es un estado en el que, según lo describe el Consejo de Normas Internacionales de Contabilidad, "la población en general prefiere mantener su riqueza en activos no monetarios o en una moneda extranjera relativamente estable". Sin embargo, debido a los controles de capital que se habían implementado desde el 2003, a los venezolanos se les restringió la posibilidad de obtener dólares estadounidenses o cualquier otra moneda extranjera. No tenían una salida de libre acceso para su VEF devaluado, y se esperaba que la economía venezolana se contraiga en el 2015 en un 1 por ciento, según el FMI.