En muchos sentidos, invertir es pronosticar. Los inversores compran (o venden) activos financieros basados en una expectativa. Después de todo, la ganancia yace en comprar barato hoy y vender más caro mañana. Lo que se busca es estimar la demanda en el futuro. En especial, lo que se busca es estimar el crecimiento de la demanda en el futuro en relación al presente. Para lograr eso, se estudian las probabilidades y las tendencias. Se sopesa, por ejemplo, el ambiente macroeconómico, la masa monetaria, la productividad, la demografía y el sentimiento.
El inversor a largo plazo es aquel quien, pese a la volatilidad a corto plazo, confía en un crecimiento económico continuo en un marco temporal más largo. El inversor a largo plazo es, en el fondo, un gran optimista. Este optimismo hace que el crecimiento se acepte siempre como el estado natural de las cosas y el decrecimiento se vea como un retraso pasajero. Entonces, para este individuo, la mejor estrategia es (siempre) comprar y esperar. Porque, tarde o temprano, los precios seguirán subiendo. Tarde o temprano, los precios del mercado serán superiores a nuestro precio de compra. La única solución es esperar. En otras palabras, la fortuna favorece a los pacientes.
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