Óscar Tomasi
Lisboa, 13 mar (EFE).- Condenado al ostracismo y el oprobio, el banquero portugués Ricardo Salgado reaparece para contar su versión sobre el derrumbe del banco Espírito Santo mientras continúa en libertad condicional, a la espera de que se resuelvan las dos causas judiciales abiertas contra él.
Y lo hace a través de un libro titulado "BES, los días del fin revelados" (Chiado Editora), de la periodista Alexandra Ferreira, en el que se cuestiona que Salgado sea el único responsable de la caída de una entidad que gozaba de un peso clave en la economía del país y cuyas consecuencias todavía se sienten hoy.
Después de cinco meses en prisión domiciliaria, continúa inmerso en preparar su defensa por dos procesos totalmente separados: el "Monte Branco", el mayor caso de fraude fiscal de la historia de Portugal; y el iniciado sobre el desplome del Espírito Santo.
En suma, a sus 71 años, Salgado es sospechoso de blanqueo, fraude fiscal, falsificación y corrupción, entre otros crímenes.
El desplome del Grupo Espírito Santo -con intereses en las finanzas, pero también en el turismo, la agricultura o los seguros- se llevó por delante al banco del mismo nombre, que fue presidido durante más de dos décadas por Salgado.
La familia Salgado era una de las más ricas y poderosas del país, un emporio que surgió a mediados del siglo XIX y que se desmoronó sin remedio en verano de 2014.
De hecho, Salgado era conocido por el acrónimo "DDT", es decir, "Dueño Disto Todo" (Dueño de todo esto, en español)", y en Portugal sólo invocar su nombre infundía respeto.
"Consideré -ese apodo- horrible, era una calificación completamente distorsionada (...) Nunca me sentí particularmente poderoso", afirma, negando la mayor.
El expresidente del BES rechaza ser el culpable del descalabro de todo el imperio, gestionado por las cinco ramas de la familia, y recuerda que sólo dirigía la parte financiera.
Precisamente, el uso del banco para financiar otros negocios del conglomerado fue uno de los grandes problemas de la entidad.
"En sociedades familiares, es muy difícil (negar crédito a otras partes del grupo)", reconoce ahora.
Pese a asumir "errores", insiste en su inocencia, niega haberse enriquecido ilegalmente y atribuye lo ocurrido a una "tormenta perfecta" impulsada por varios de sus enemigos.
Entre ellos, el empresario Pedro Queiroz, dueño de la papelera Semapa y accionista del Grupo Espírito Santo, a quien apunta como responsable de elaborar y enviar a las autoridades un informe sobre los excesos en el seno de la compañía "cargado de desinformación".
También figura en esa lista su primo José Maria Ricciardi, candidato a ocupar su lugar al frente del BES y que era amigo del exprimer ministro luso Pedro Passos Coelho.
El tercer protagonista es el empresario angoleño Álvaro Sobrinho, a quien Salgado designó máximo responsable de la división angoleña del BES y al que retiró del cargo tras encontrar pérdidas multimillonarias que no habían sido detectadas.
No obstante, la parte más sensible del libro trata sobre los meses previos a la intervención de la entidad por parte del Banco de Portugal, a cuyo gobernador, Carlos Costa, acusa de perseguir su desaparición y la del grupo, en connivencia con el Gobierno luso.
"El banco no quebró, fue obligado a desaparecer", insiste una y otra vez Salgado, quien incide en que había mejores soluciones que dividirlo entra una parte "saludable" y otra "tóxica".
Revela que dos fondos de inversión -Blackstone y Third Point Llc- estaban dispuestos a invertir apenas semanas antes de la resolución, además de apuntar al BBVA (MC:BBVA) como otro de los posibles interesados.
Las exigencias del regulador, sin embargo, imposibilitaron en su opinión cualquier otra vía y pusieron punto y final a un emporio histórico y con un peso sistémico para la economía lusa.
Incluso se considera una víctima del clima político portugués, entonces marcado por las elecciones de un año más tarde (2015): "Creo que el objetivo era políticamente transmitir (...) que era preciso acabar con los poderosos que tenían influencia".
Decepcionado, Salgado rememora que regresó a Portugal en los noventa, pese a que la empresa había sido nacionalizada nada más acabar la dictadura, en 1974.
"Si fuésemos egoístas no habríamos vuelto a Portugal, no necesitábamos volver (...) Trajimos más de 8.000 millones de euros de capital, participamos en todo, en la privatización de Galp (LS:GALP), de Portugal Telecom, la creación de la SIC... Sabiendo lo que sé hoy, claro que no volvía", concluye.