“Lo llamé a Rodrigo Rato al FMI y le dije que no quería su dinero”, dijo Luiz Inácio Lula da Silva, presidente de Brasil, al recordar cuando tomó la decisión de cancelar la deuda con el organismo de crédito internacional.
El pasado domingo Lionel Barber y Jonathan Wheatley reprodujeron en un artículo escrito para Financial Times, una entrevista que les concediera el presidente de Brasil, Lula da Silva que no tiene desperdicio.
En una entrevista jugada por parte del presidente brasileño, Lula se aventuró a anticipar que su economía superará en 2010 el 5% de crecimiento, cuando el mundo apenas está saliendo de la recesión.
“Pronto tendremos US$ 300.000 millones (en reservas internacionales)”, afirmaba confiado Lula. Mientras las economías desarrolladas continúan endeudándose y llevando la deuda pública a niveles insostenibles, Brasil ha pasado a ser acreedor neto.
Sin dudas, la economía de Brasil se puede catalogar como una “economía del milagro”. Claro, este tipo de calificativos son válidos cuando no se pueden identificar elementos concretos que justifiquen tamaña evolución de la economía en tan poco tiempo, pero en el caso de Brasil, los fundamentos son claros. El tener una política de Estado y priorizar una política económica predecible y sana, que no se desvía ante objetivos de corto plazo, son elementos en los que se apoya el “milagro brasileño”.
El “milagro brasileño” apoyado en políticas sanas ha permitido el control de la inflación, un fantasma que ha aterrorizado a Latinoamérica por décadas y que parece estar desterrado del suelo brasileño gracias a la consistencia de su política económica.
Cuando una economía latinoamericana ha logrado crecer durante un período a una tasa razonable, lo normal era que dicho crecimiento no aportara demasiado a resolver el problema de la desigualdad social.
En este caso del Brasil de Lula, el crecimiento viene acompañado de una mejora en la situación socioeconómica de la población. Con esto no quiero decir que la situación socioeconómica del pueblo brasileño sea buena, pero sí que ha experimentado una mejora sensible que muestra fundamentos para sostenerse y profundizarse en los próximos años.
Los sectores más postergados de Brasil le están devolviendo el favor a Lula, de esta mejora en su situación económica, a través del aumento que están generando en el consumo doméstico, lo cual ha sido de gran valor para acelerar la salida de la economía de su situación de crisis y para potenciar el crecimiento de los próximos años.
A pesar de los numerosos logros de la economía brasileña, no todo es felicidad. Los temores de una reversión en el contexto de aborte el proceso de desarrollo iniciado, están latentes. Varios analistas apuntan a los precios de los commodities como uno de los factores claves en el buen momento de Brasil, y por este motivo temen que una reversión en las cotizaciones de los mismos pueda poner en aprietos a la gran economía latinoamericana. Conjuntamente con este temor se encuentra el de una posible reversión del flujo de capitales en caso de una recaída de la economía mundial (ya se apuesta a que posiblemente, los EEUU observen una recuperación con forma de W por efecto de los ajustes fiscales que se esperan), que pudiera dañar el precio de los activos brasileños y limitar el financiamiento de la inversión.
Desde mi punto de vista, la economía de Brasil ha evolucionado y reducido sus vulnerabilidades, por lo que gradualmente está reduciendo su dependencia de factores determinados como los commodities. Probablemente, si recibe un shock negativo externo, la fortaleza que está ganando la demanda doméstica ayudará a absorberlo.
“Estuve trabajando obsesivamente bajo la convicción que no podía cometer ningún error”, afirmaba durante la entrevista, Lula da Silva haciendo referencia a los temores que surgieron en 2002 apenas fue elegido presidente. Con paciencia y políticas claras, Lula fue desterrando los temores de un brusco giro hacia la izquierda en materia de política económica, que hubiese provocado una gran inestabilidad en Brasil.
La política económica de Lula, que ha priorizado las reglas claras y la estabilidad de mediano y largo plazo, está resultando en una mejora en el bienestar de la población que promete perdurar en el tiempo y que difícilmente se hubiese podido lograr con una política populista redistributiva, que hubiera cambiado las reglas de juego.
“Dudo que en la historia brasileña, el sector privado haya tenido tanto respeto desde el Estado que el que tiene actualmente” afirmaba el mandatario. Lula demuestra que las grandes corporaciones no son enemigas del bienestar de los países sino que por el contrario, con buenas instituciones, pueden impulsar su crecimiento en beneficio de todos.
Claro que desde el Estado, es necesaria la implementación de políticas sociales que apunten a mejorar el acceso a la educación y a la salud, dos valores básicos para lograr la igualdad de oportunidades entre los ciudadanos.
Es la misma mejora en la situación social lo que aumenta el atractivo inversor de Brasil, generándose un positivo círculo virtuoso que se va reforzando. La mejora en el nivel de vida de la población además ayudará a reducir los niveles de violencia de las ciudades, lo cual se transforma en otro elemento que favorece el ambiente de negocios y que incentiva a que los inversores coloquen sus capitales en el país.
Brasil es cada vez más atractivo para los inversores internacionales. Sus empresas no paran de crecer y varias están emergiendo como nuevos gigantes mundiales. Paola Pecora a través de Valor Global, ha recomendado algunas compañías brasileñas que sorprenderán al mercado con su crecimiento y que están reportando retornos del 66% y 40% a quienes siguieron sus recomendaciones de compra.
Horacio Pozzo
El pasado domingo Lionel Barber y Jonathan Wheatley reprodujeron en un artículo escrito para Financial Times, una entrevista que les concediera el presidente de Brasil, Lula da Silva que no tiene desperdicio.
En una entrevista jugada por parte del presidente brasileño, Lula se aventuró a anticipar que su economía superará en 2010 el 5% de crecimiento, cuando el mundo apenas está saliendo de la recesión.
“Pronto tendremos US$ 300.000 millones (en reservas internacionales)”, afirmaba confiado Lula. Mientras las economías desarrolladas continúan endeudándose y llevando la deuda pública a niveles insostenibles, Brasil ha pasado a ser acreedor neto.
Sin dudas, la economía de Brasil se puede catalogar como una “economía del milagro”. Claro, este tipo de calificativos son válidos cuando no se pueden identificar elementos concretos que justifiquen tamaña evolución de la economía en tan poco tiempo, pero en el caso de Brasil, los fundamentos son claros. El tener una política de Estado y priorizar una política económica predecible y sana, que no se desvía ante objetivos de corto plazo, son elementos en los que se apoya el “milagro brasileño”.
El “milagro brasileño” apoyado en políticas sanas ha permitido el control de la inflación, un fantasma que ha aterrorizado a Latinoamérica por décadas y que parece estar desterrado del suelo brasileño gracias a la consistencia de su política económica.
Cuando una economía latinoamericana ha logrado crecer durante un período a una tasa razonable, lo normal era que dicho crecimiento no aportara demasiado a resolver el problema de la desigualdad social.
En este caso del Brasil de Lula, el crecimiento viene acompañado de una mejora en la situación socioeconómica de la población. Con esto no quiero decir que la situación socioeconómica del pueblo brasileño sea buena, pero sí que ha experimentado una mejora sensible que muestra fundamentos para sostenerse y profundizarse en los próximos años.
Los sectores más postergados de Brasil le están devolviendo el favor a Lula, de esta mejora en su situación económica, a través del aumento que están generando en el consumo doméstico, lo cual ha sido de gran valor para acelerar la salida de la economía de su situación de crisis y para potenciar el crecimiento de los próximos años.
A pesar de los numerosos logros de la economía brasileña, no todo es felicidad. Los temores de una reversión en el contexto de aborte el proceso de desarrollo iniciado, están latentes. Varios analistas apuntan a los precios de los commodities como uno de los factores claves en el buen momento de Brasil, y por este motivo temen que una reversión en las cotizaciones de los mismos pueda poner en aprietos a la gran economía latinoamericana. Conjuntamente con este temor se encuentra el de una posible reversión del flujo de capitales en caso de una recaída de la economía mundial (ya se apuesta a que posiblemente, los EEUU observen una recuperación con forma de W por efecto de los ajustes fiscales que se esperan), que pudiera dañar el precio de los activos brasileños y limitar el financiamiento de la inversión.
Desde mi punto de vista, la economía de Brasil ha evolucionado y reducido sus vulnerabilidades, por lo que gradualmente está reduciendo su dependencia de factores determinados como los commodities. Probablemente, si recibe un shock negativo externo, la fortaleza que está ganando la demanda doméstica ayudará a absorberlo.
“Estuve trabajando obsesivamente bajo la convicción que no podía cometer ningún error”, afirmaba durante la entrevista, Lula da Silva haciendo referencia a los temores que surgieron en 2002 apenas fue elegido presidente. Con paciencia y políticas claras, Lula fue desterrando los temores de un brusco giro hacia la izquierda en materia de política económica, que hubiese provocado una gran inestabilidad en Brasil.
La política económica de Lula, que ha priorizado las reglas claras y la estabilidad de mediano y largo plazo, está resultando en una mejora en el bienestar de la población que promete perdurar en el tiempo y que difícilmente se hubiese podido lograr con una política populista redistributiva, que hubiera cambiado las reglas de juego.
“Dudo que en la historia brasileña, el sector privado haya tenido tanto respeto desde el Estado que el que tiene actualmente” afirmaba el mandatario. Lula demuestra que las grandes corporaciones no son enemigas del bienestar de los países sino que por el contrario, con buenas instituciones, pueden impulsar su crecimiento en beneficio de todos.
Claro que desde el Estado, es necesaria la implementación de políticas sociales que apunten a mejorar el acceso a la educación y a la salud, dos valores básicos para lograr la igualdad de oportunidades entre los ciudadanos.
Es la misma mejora en la situación social lo que aumenta el atractivo inversor de Brasil, generándose un positivo círculo virtuoso que se va reforzando. La mejora en el nivel de vida de la población además ayudará a reducir los niveles de violencia de las ciudades, lo cual se transforma en otro elemento que favorece el ambiente de negocios y que incentiva a que los inversores coloquen sus capitales en el país.
Brasil es cada vez más atractivo para los inversores internacionales. Sus empresas no paran de crecer y varias están emergiendo como nuevos gigantes mundiales. Paola Pecora a través de Valor Global, ha recomendado algunas compañías brasileñas que sorprenderán al mercado con su crecimiento y que están reportando retornos del 66% y 40% a quienes siguieron sus recomendaciones de compra.
Horacio Pozzo