Eric San Juan
General Santos (Filipinas), 14 sep (EFE).- La sobrepesca amenaza
con arruinar uno de los principales puertos atuneros de Asia, al sur
de Filipinas, donde cada día se descargan cientos de toneladas de
este pescado para su consumo en todos los rincones del planeta.
Unas 300.000 personas viven directa o indirectamente del negocio,
alrededor de la mitad de la población de General Santos, situada en
una empobrecida región de la convulsa isla de Mindanao.
Hace años que las capturas escasean en las aguas más cercanas a
la costa, los barcos tiene que navegar cada vez más lejos y las seis
plantas de procesado de pescado que enlatan y congelan atún para
medio mundo se ven obligadas a importar más del 80 por cien de su
materia prima.
"De seguir así, en cinco años sólo quedarán dos o tres plantas, y
operarán con capacidad reducida", vaticina John Heitz, un exportador
estadounidense afincado desde hace más de una década en General
Santos.
Cada amanecer, Heitz acude al puerto y no pierde detalle del
género a la venta mientras negocia precios, reparte comentarios
jocosos a diestro y siniestro en el dialecto local y se lamenta con
amargura cuando ve que han capturado alevines.
"A veces pienso que es más bonito que una mujer", bromea mientras
palpa un atún de aleta amarilla de unos 70 kilos, capturado "hace
apenas dos días", deduce tras un rápido vistazo al brillo de los
ojos y la tersura de la piel.
Frente a él, en la dársena en que descargan las frágiles
embarcaciones que pescan con anzuelo, de apenas cuatro o cinco
tripulantes, se repite el trasiego de cada jornada, con
negociaciones a gritos entre compradores y vendedores.
Los estibadores se meten en el agua, en una zona poco profunda, y
esperan a que les lancen por la borda formidables atunes de hasta 80
kilos, que cargan al hombro y depositan sobre un carro de madera.
"Los barcos pequeños ofrecen el pescado más fresco porque no van
muy lejos, es el método más sostenible, algunos grandes de pesca de
cerco se pasan 20 días en alta mar, hasta que capturan unas 3.000
toneladas, con menos no les sale a cuenta", explica Heitz, de 57
años.
En apenas una hora, los exportadores más importantes se han
repartido los ejemplares de mayor calidad, por los que pagan unos
300 pesos (5 euros) por kilo, antes de enviarlos a EEUU o Japón.
Casi todos son de aleta amarilla. Los de aleta azul, por los que
los japoneses pagan verdaderas fortunas, se han convertido en una
especie casi extinguida en estas aguas del Pacífico.
Los pescadores más viejos rememoran con nostalgia los tiempos en
que el atún era un alimento poco apreciado en la zona debido a su
abundancia, hasta que se instalaron las primeras plantas de
procesado en las décadas de 1970 y 1980.
"Hace 40 años apenas teníamos que navegar cinco horas para
encontrar pescado, y hoy tienen que irse a más de tres días de
distancia", se lamenta Darío Laoron, presidente de la Alianza de
Pescadores de Anzuelo de Filipinas.
Para Heitz esto es consecuencia de la sobreexplotación y
especialmente de la acción de los barcos de cerco, que extienden
redes kilométricas cuando detectan un banco de peces y arramblan con
todo tipo de especies marinas.
El año pasado, las exportaciones cayeron un 20 por ciento, un
signo para algunos entendidos de que el recurso escasea, mientras
que la mayoría del sector lo atribuye a la prohibición de pescar en
aguas internacionales de una amplia zona del Pacífico para los
grandes barcos de cerco en 2010 y 2011.
Para salvar la industria, Heitz pide que se proteja a los
pescadores de anzuelo y que se declaren zonas de veda permanente
para dar un respiro a la especie.
"De lo contrario -se lamenta-, el atún puede desaparecer
totalmente de nuestras costas en menos de 15 años". EFE
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