Marga Zambrana
Pekín, 13 ene (EFE).- En China, con la segunda mayor población de
pobres del planeta después de la India, de más de 200 millones, los
microcréditos no acaban de arraigar, a diferencia de otros cien
países pobres que aplican este sistema desde la década de 1970.
Según el umbral de la pobreza del Banco Mundial, de 1,25 dólares
diarios, en China hay 207 millones de pobres; para el Gobierno
chino, que en los últimos 20 años ha mantenido ese umbral en 175
dólares netos anuales per cápita (1.196 yuanes), son 40 millones.
Mientras China es ya la tercera potencia económica o la principal
exportadora del globo, para millones de chinos el suyo es un país
pobre y, debido a la pérdida del sistema de seguridad social,
pensiones, educación y servicios médicos comunistas, no tienen
muchas esperanzas de que su situación pueda mejorar.
La disparidad de ingresos entre ricos y pobres roza el límite de
la revuelta social, según el Coeficiente de Gini en China, un 0,48
(en el que 0 es igualdad y 1 desigualdad), desde el 0,33 de la
década de 1980; supera a EEUU (0,45) y se iguala a Venezuela.
De los 1.300 de habitantes que hay en China, 800 millones no
tienen un acceso adecuado a los créditos y los campesinos cuentan
con ingresos anuales de tan solo 400 dólares.
Con un microcrédito de 375 dólares, el campesino Zhuang Liping,
uno de los beneficiarios de Wokai, una organización dedicada a
aliviar la pobreza, empezó a criar patos hace diez años, luego
pollos y a continuación vacas; con los beneficios, pudo construirse
una casa y enviar a sus dos hijas al colegio.
Parecería que China es terreno abonado para que microcréditos
como el de Zhuang se multipliquen, pero no es así: mientras las
microfinanzas suponen en India y Bangladesh un mercado de 3.000
millones de dólares, en China apenas alcanza los 200 millones.
Según la Asociación China de Microcréditos, son muchos los
factores que impiden el desarrollo de estas instituciones, el
principal es que no tienen una entidad legal en China ni
independencia financiera, son pequeñas, están mal gestionadas y
sufren continuas interferencias del régimen chino.
Muchos grupos de microcréditos que empezaron a operar en los 90
eran extranjeros y se les mantenía fuera del sistema financiero
bancario. En la actualidad hay un centenar, contando locales.
"El Gobierno es muy desconfiado con cualquier entidad que ofrezca
créditos", explicó a EFE Sara Jane Ho, asociada de Wokai. "Es
comprensible, es un país comunista, son proteccionistas y quieren
tener control sobre cualquier tipo de entidad financiera", prosigue
esta analista bancaria de 25 años.
Pekín no permitía entonces que los microcréditos tuvieran tipos
de interés superiores a los de los bancos, que eran de un 3 o 4 por
ciento, algo imposible para este tipo de créditos, con costes muy
intensivos que requieren tipos medios de más de un 30 por ciento.
No fue hasta la cuenta atrás de los Juegos Olímpicos de Pekín
2008 cuando el Gobierno permitió microcréditos con hasta cuatro
veces los tipos locales, lo que permitía ofrecerlos con intereses de
hasta un 20 por ciento, y ahí empezó a funcionar el sistema.
En pocas palabras, el problema para que los microcréditos
arraiguen en China es que las organizaciones extranjeras no pueden
operar adecuadamente, mientras que las locales no están preparadas.
Wokai, que en mandarín significa "yo abro", no ofrece créditos en
China, sino que consigue fondos que luego canaliza a través de ONG,
las diez mejores, dice, con proyectos en las provincias de Sichuan y
Mongolia Interior.
La media de edad de los 115 voluntarios chinos, extranjeros y
chino-americanos de Wokai es como la de Ho, incluidas las dos
fundadoras estadounidenses de esta ONG, que empezó a buscar
contribuyentes entre la extensa colonia de chino-americanos de EEUU
que quieren contribuir a mejorar la situación en China.
En el caso de Wokai, los donantes, en su mayoría estudiantes, no
recuperan el dinero, ya que otra de las peculiaridades del gigante
asiático es que una vez se ha convertido divisa en moneda local no
puede regresar a origen ni ser repatriada.
La donación, una vez devuelta, se "recicla" y la ONG responsable
la ofrece a un segundo y un tercer beneficiario, de forma que su
acción se multiplica.
Dice Ho que Wokai tiene éxito porque es transparente, controlan
la donación para evitar que caiga en manos de la corrupción de los
funcionarios comunistas o en una mesa de juego antes de que llegue
al destinatario, que con 500 dólares abrirá una pequeña tienda, un
puesto callejero de comida o criará cerdos. EFE