Teresa Bouza
Washington, 3 jun (EFE).- El poder del dinero propició el
desastre en el Golfo de México, donde al igual que en Wall Street,
los reguladores dejaron un amplio margen de maniobra a una industria
que campó a sus anchas, según expertos consultados por Efe.
"Es la misma historia una y otra vez pero en distintos sectores",
dijo a Efe Richard Olson, director del departamento de Ciencias
Políticas de la Universidad Internacional de Florida, quien cita
como el ejemplo más reciente lo ocurrido en Wall Street.
La Comisión de Valores, dice Olson, "se quedó dormida en los
laureles" a la hora de vigilar a los grandes bancos de Wall Street
con las consiguientes consecuencias dramáticas para la economía
mundial y ahora es el Servicio de Gestión de Minerales (MMS) el que
ha quedado en evidencia.
El MMS, una agencia hasta ahora desconocida encargada de
supervisar las exploraciones de petróleo y gas, ha resultado ser un
organismo "corrupto" en palabras del presidente de EE.UU., Barack
Obama, quien ha denunciado la "estrecha relación" entre reguladores
y regulados y ha prometido "limpiar la casa".
Un informe independiente publicado el 25 de mayo por el inspector
general del Departamento del Interior señala que los reguladores del
MMS aceptaban con frecuencia regalos de la industria y que
compartían mesa y mantel, a gastos pagados, con los responsables de
las empresas que debían de supervisar.
El diario The Wall Street Journal, por su parte, relataba este
martes como el MMS aprobó de forma casi instantánea tres cambios
solicitados por BP en el plazo de 24 horas en el pozo que exploraba
en el Golfo, que quedó abierto a raíz de la explosión el 20 de abril
en la plataforma operada por la multinacional.
En una de esas instancias el cambio recibió luz verde en el plazo
récord de "cinco minutos".
"El MMS estaba demasiado cerca de la industria y lo que parece es
que le dio carta blanca para que se autorregulase", dijo a Efe
Steffen Schmidt, de la Universidad de Iowa.
No falta quien aduzca que la complejidad de las exploraciones
petrolíferas en aguas profundas hace que el sector público dependa
del conocimiento técnico acumulado por el sector privado.
Pero Daniel Kaufmann, ex director anti-corrupción del Banco
Mundial y analista ahora del centro de estudios Brookings
Institution en Washington, responde así ante ese argumento: "Que no
me vengan con cuentos".
Kaufmann dice que si no existiese "captura" o control, ese menor
conocimiento podría superarse recurriendo a estudios independientes
o contratando a consultores independientes externos.
El experto dice, además, que el sector público podría considerar,
al igual que hacen países como Singapur, mejorar los sueldos de los
funcionarios sobre todo en ciertos sectores como el de la energía o
las finanzas donde hay una clara diferencia con el sector privado.
"No es que la situación no se pueda resolver", aduce Kaufmann,
quien señala que el problema de fondo son los que él llama "sobornos
sutiles" como las invitaciones a viajes y otros regalos.
A eso se suma el que a menudo representantes de la industria
asumen puestos clave en las agencias reguladoras, una práctica común
durante la presidencia de George W. Bush, pero que también se ha
repetido con otros presidentes.
De esa forma la industria tiene acceso directo al poder político.
La tercera vía de influencia son las campañas políticas, a las
que las compañías de petróleo y gas han contribuido tradicionalmente
de forma generosa.
Obama llegó a Washington con la promesa de que reduciría la
influencia de los grandes intereses en la política, pero los
expertos creen que todavía le queda mucho por hacer.
"Esto no va a ser fácil de arreglar sobre todo porque la demanda
y necesidad de petróleo es tal que va a ser difícil tener unos
reguladores muy hostiles que desincentiven a la industria a la hora
de invertir", pronostica Thomas Schwartz, profesor de Ciencias
Políticas de la Universidad Vanderbilt (Tennessee).
El propio secretario del Interior, Ken Salazar, dejó claro en una
audiencia el pasado 18 de mayo que EE.UU. depende del petróleo que
obtiene con las perforaciones en alta mar en un espaldarazo a su
continuidad pese al catastrófico derrame en el Golfo. EFE