Por Geoffrey Smith
Investing.com - Las acciones de Royal Dutch Shell (LON:RDSb) se desploman en Londres y Ámsterdam pues la compañía ha recortado su dividendo por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, una clara ilustración de los graves obstáculos a largo plazo a los que se enfrenta el sector del petróleo y el gas.
El gigante anglo-holandés fue el mayor pagador de dividendos del FTSE 100 el año pasado y los fondos de pensiones de toda Europa han confiado en los ingresos estables que ha generado durante décadas. Ahora es la primera de las "superempresas" mundiales en romper lo que anteriormente había sido un tabú. Tras una caída libre de un 8%, ha frenado pérdidas hasta sólo un 5,0% a las 11:00 horas (CET), lo que se suma a una escalofriante oleada de datos económicos de Europa que han hecho caer el índice de referencia Stoxx 600 un 0,3%.
Al igual que todas las empresas cuyos ingresos están sujetos a oscilaciones de precios a veces violentas, Shell había tenido ajustes de efectivo antes. Había recurrido a pagar gran parte de su dividendo en forma de nuevas acciones después de que el desplome del petróleo de finales de 2015 lo pillara desprevenido, justo después de haber agotado la mayor parte de su dinero disponible en un acuerdo de 76.000 millones de dólares para la adquisición de su rival BG Group.
Pero la acción del jueves es harina de otro costal completamente diferente. Al reducir el pago trimestral en dos tercios hasta 16 centavos, la compañía no sólo no está reaccionando al enorme —aunque probablemente temporal— desplome de la demanda sino que ni siquiera está posicionándose para la recuperación lenta y desigual de los precios, como muchos esperan.
El director ejecutivo Ben van Beurden se ha esforzado por disfrazar este movimiento de "recomposición" de la política de dividendos, una nueva normalidad a largo plazo. En otras palabras, está reconociendo el riesgo de que no ser nunca capaz de generar en el futuro el tipo de rendimiento para los accionistas que reportara en el pasado. Si hubiera pensado lo contrario, seguramente habría vuelto a la táctica de usar los dividendos en acciones.
En ese sentido, el Covid-19 es más el catalizador que la causa subyacente de la caída actual del precio de las acciones. La pandemia, por ejemplo, ha centrado la atención de cara al futuro a largo plazo de la aviación. La sostenibilidad del crecimiento explosivo de los viajes en avión ya estaba en tela de juicio antes de febrero. Los recortes de producción de Boeing (NYSE:BA) y Airbus (PA:AIR) indican muy claramente hacia dónde va ese debate.
Del mismo modo, la cobertura ofrecida a las mejoras en la calidad del aire provocadas por las medidas de confinamiento ha dado a los ecologistas munición en forma de estadísticas en su campaña para la electrificación de la movilidad. Eso también se acelerará seguramente a medida que pase el Covid-19.
Dicho esto, la memoria humana es muy breve, y la demanda acumulada de viajes bien podría provocar un repunte a corto plazo de la demanda de combustible más adelante este año. Los precios del crudo ya han subido desde sus mínimos de principios de este mes. Un optimista podría argumentar que el conservadurismo de los balances de Shell le dará más margen para comprar activos todavía viables a precios más baratos más adelante, cuando la crisis haya pasado.
Pero el crecimiento por adquisiciones es teórico y, en cualquier caso, lejano en el futuro. El deterioro —una fuerte caída de la producción y una caída del 46% del beneficio subyacente, con lo peor aún por venir— es real e inmediato. La compañía aún puede sorprender con su capacidad para exprimir el valor de una base de activos que la economía mundial necesitará durante muchos años. Pero los días de dividendos ya han pasado, posiblemente para nunca volver.