Por Bruce Wallace
PARIS (Reuters) - En el final de la negociación, cuando se [resolvieron] [retiraron] [pasaron por alto] las últimas diferencias en lenguaje diplomático, el acuerdo climático global alcanzado en París tras dos semanas de conversaciones resultó ser un pacto muy a la carta.
La deliberada flexibilidad del acuerdo de París se diseñó no sólo para dar cabida a la diversidad de los intereses de 195 países. Tenía que compensar su limitada autoridad legal con un lenguaje lo suficientemente ambicioso para hacer ver a los gobiernos que era inevitable una transición de los combustibles fósiles hacia fuentes de energía más limpias.
"No siempre se puede presionar a las partes a hacer algo con tus propias condiciones", dijo el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, en una entrevista a Reuters unas horas antes de la adopción del acuerdo.
"Sólo se trata de motivar a las partes para que lo hagan a su manera".
La mayoría de los países reunidos en París admiten que se enfrentan a un problema complejo para detener el aumento de las temperaturas globales. Con algunas excepciones, hay voluntad de dejar atrás las fuentes de energía más contaminantes, aunque muchos aún dependerán un tiempo del carbón. Todos saben que costará miles de millones de dólares llegar al objetivo deseado.
Lo que nadie quería aceptar era una molesta lista de normas internacionales que dicten cómo hacerlo.
El acuerdo final, por tanto, en repetidas ocasiones "invita", "insta", "solicita" y "vuelve a pedir" a los países que tomen medidas. Los objetivos más ambiciosos -como mantener el aumento de la temperatura global 1,5 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales- son aspiracionales, y se basan en la idea de que tecnologías aún no inventadas permitirán una vía realista para alcanzarlos.
Ban calificó el pacto de París de "punta del multilateralismo". Y aunque dijo que la ONU promoverá activamente la aplicación del acuerdo, la verdadera acción se desplaza claramente al ámbito nacional y local, donde se avecinan decisiones estratégicas difíciles para gobiernos, ejecutivos de grandes empresas y start ups de energía.
"Este texto enviará señales a la sociedad civil, consumidores y empresas", dijo Hans Joachim Schellnhuber, director del Instituto de Potsdam para la Investigación del Impacto Climático mientras reflexionaba sobre las perspectivas de alcanzar la meta de 1,5 grados centígrados algún día. "Corresponderá a negocios, consumidores, ciudadanos y en particular inversores terminar el trabajo".
UN CAMBIO EN MARCHA
Según casi todas las estimaciones, la transición hacia una economía baja en carbono necesitará miles de millones de dólares de inversión en energías renovables, conservación y subvenciones para aquellas nuevas fuentes que compiten con los combustibles fósiles.
El cambio ya está en marcha. Los precios del carbón se han derrumbado en el mundo desarrollado, presionados por severas regulaciones sobre contaminación, así como por los abundantes suministros de gas natural. Las últimas grande minas de carbón en Reino Unido -cuna de la revolución industrial impulsada por los combustibles fósiles- se están cerrando, y el precio de la energía producida a partir de paneles solares está cayendo.
"De ahora en adelante, el dinero inteligente ya no irá a parar a combustibles fósiles, sino a energías más limpias, ciudades inteligentes y a un uso más sostenible de la tierra", dijo Felipe Calderón, expresidente de México, uno de los mayores productores de petróleo del mundo.
Ahora presidente de la Comisión Mundial sobre la Economía y el Clima, Calderón argumentó que los gobiernos deben convertir sus compromisos en política, y agregó que verán que "estas acciones también son en su propio interés económico".
Con algunas apasionadas excepciones, colectivos sociales también parecían animados por el acuerdo de París. Muchos eligieron ver el vaso medio lleno, prometiendo aprovechar el espíritu de París para acelerar un movimiento global para que los inversores desinviertan en compañías de combustibles fósiles.
"Puesto que el ritmo ahora es la cuestión crucial, los activistas debemos redoblar nuestros esfuerzos para debilitar esa industria", dijo Bill McKibben, cofundador de 350.org, un movimiento que lucha por la desinversión y la acción directa contra proyectos que desarrollen y transporten combustibles fósiles.
Aún así, los países se enfrentan a diferentes obstáculos para lograr cambios energéticos.
La administración Obama ha estado a punto de agotar el uso de la autoridad ejecutiva para impulsar nuevas regulaciones que reduzcan las emisiones de carbono.
Tampoco es probable una nueva acción legislativa mientras los republicanos controlen el Congreso de EEUU. El partido ha dejado claro que no aceptan el argumento de que el cambio climático sea un problema grave, y no tiene ninguna intención de votar para financiar contribuciones de EEUU para ayudar a que países en desarrollo emitan menos carbono en el futuro.
El partido también se ha unido a la industria de combustibles fósiles y a muchos estados en plantar un desafío legal a las regulaciones del gobierno de Obama para reducir la contaminación de las centrales eléctricas.
Mientras tanto, en la India, el primer ministro, Narendra Modi, está decidido a llevar electricidad a zonas rurales del país, una colosal hazaña sólo posible por el momento con producción y quema de grandes cantidades de carbón barato. Modi ve en la electricidad la forma de mejorar las vidas de millones de indios, así como una vía de afianzar el éxito político de su partido Bharatiya Janata con los votantes de zonas rurales.
"Debemos apreciar los desafíos que tiene la India", dijo Ban a Reuters. "Trescientos millones de personas no tienen acceso a electricidad y cientos de millones de personas viven bajo el umbral de la pobreza".
Encajar esas demandas de justicia social y económica con las promesas hechas en París es lo que políticos y líderes empresariales tendrán que hacer. Esas decisiones determinarán si quienes idearon el acuerdo de París demostraron previsión con su flexibilidad, o simplemente dejaron fuera a todo el mundo.