Por Swaha Pattanaik
LONDRES (Reuters Breakingviews) - (El autor es columnista de Reuters Breakingviews. Las opiniones expresadas son propias)
El Estado francés es un accionista curioso: demasiado activo en algunos casos, demasiado pasivo en otros, y en gran medida indiferente al hecho de obtener un retorno inferior al del conjunto del mercado. El presidente Emmanuel Macron tiene la oportunidad de rectificar estos problemas. La pregunta es si desea hacerlo.
el exbanquero quiere utilizar algunas de las participaciones de la República para financiar un fondo de 10.000 millones de euros en industria e innovación. No debería suponer un problema: la enorme cartera valía casi 10 veces más de ese valor a fines de 2015 y comprendía participaciones en 1.750 empresas de sectores tan diversos como el transporte, la energía, los servicios, las finanzas, la defensa, las telecomunicaciones, los automóviles y los medios de comunicación. Macron podría, sin embargo, ir mucho más lejos.
Existen muchos conflictos de intereses potenciales entre lo que conviene al Estado como actor político, su interés como accionista y el interés público a largo plazo. Pensemos, por ejemplo, en su participación del 83 por ciento en la eléctrica EDF (PA:EDF). Una decisión de reducir las tarifas de energía, o de repartir grandes dividendos, podría ser políticamente popular, pero podría perjudicar la rentabilidad de la empresa y su capacidad de invertir. En otros casos, los gobiernos podrían no haber intervenido de manera rápida o eficaz. En enero, el Tribunal de Auditores de Francia criticó al Estado por ejercer una supervisión insuficiente sobre el grupo de ingeniería nuclear Areva (PA:AREVA), cuya capitalización bursátil se redujo en un 90 por entre 2006 y 2016, y por no abordar oportunamente los problemas de gobernanza.
La tentación de permitir que los problemas se enquisten o de intervenir por razones políticas es mayor en un momento en que el desempleo está en el 9,6 por ciento y las voces tanto de la extrema derecha como de la extrema izquierda abogan por un papel más importante del Estado. Empresas en las que el Estado tenía una participación empleaban a casi 2,4 millones de personas, o uno de cada seis trabajadores fuera del sector público, a finales de 2015. Sin embargo, todo esto implica un coste. La APE, una agencia del Ministerio de Hacienda, gestiona un 80 por ciento de la cartera del Estado, y el valor de las acciones cotizadas que posee cayó un 54 por ciento en términos comparables en la década hasta finales de 2016, según el Tribunal de Auditores. Esto supone más de cuatro veces la caída en el índice de valores CAC 40 de Francia.
La volatilidad de los precios de la energía y las materias primas fue un factor, y la cartera ha tenido un comportamiento mejor que el índice nacional de grandes valores en lo que va del año. Pero el auditor público considera que los gobiernos pasados comparten parte de la responsabilidad.
La venta de participaciones en empresas y sectores que no son estratégicos ayudaría a reducir el alcance de los sectores en los que podrían surgir conflictos de intereses. De esta manera, la agencia APE tendría más autonomía y nuevas pautas que distingan más claramente entre sectores y empresas en las que el Estado tenga un interés político claro, como el sector nuclear, y aquellos en los que su interés es más comercial y similar a los de cualquier otro inversor.
Un nuevo presidente y la inminente elección de un nuevo parlamento ofrecen la oportunidad de realizar tales cambios. Pero no está claro si Macron desea emprender ese camino. Puede que el exbanquero de Rothschild esté interesado en reformar el mercado de trabajo, pero los líderes empresariales franceses dudan de que su actitud sea mucho más favorable al libre mercado en la gestión de la cartera del Estado francés.
Su trayectoria justifica ciertamente esta opinión. En 2015, durante el mandato de Macron como ministro de Economía, el Estado francés gastó 1.200 millones de euros para elevar su participación en el fabricante francés de automóviles Renault (PA:RENA) con el fin de mantener un peso fuerte en los derechos de voto del grupo.
Si los instintos de Macron no han cambiado, es probable que su visión sobre los intereses estratégicos de Francia implique mantener una tecnología punta y un saber hacer con raíces francesas en lugar de caer en manos extranjeros, y en particular en manos no europeas. Es esto, en lugar de una definición inmediata y decidida de qué sectores que son vitales para los intereses nacionales de Francia, lo que puede determinar cómo se gestiona la cartera del Estado. Macron tiene bagaje de banquero, pero corazón de político.