Décadas atrás, en los años 80, 90 y principios del 2000, se decía, se escribía y se displinaba acerca de lo que era el sistema fiscal español. Perseguía un principio basicamente, la equidad. Nadie cuestionaba que las sociedades fueran cuales fueran, por su tamaño, facturación, sector o composición, éstas debían tributar en torno al 30%. Le seguía la figura del pequeño, mediano o gran autónomo, el cual estaba obligado al pago de las cuotas mensuales a la Seguridad Social, IRPF trimestral y su consecuente iva por el ejercicio de su actividad.
Respecto a los trabajadores por cuenta ajena, es decir, el asalariado, estaba sujeto a las tablas progresivas que iban modificándose periódicamente en función de los diferentes indicadores económicos que afectaban al crecimiento, PIB y renta per cápita entre otros.
Todo esto, resumido basicamente y sin profundizar en cuanto a rendimientos de capital mobiliario, inmobialiario y otras formas, era y aún sigue sendo lo que aparece y se predica en los diferentes manuales de fiscalidad en universidades y escuelas de negocios que se precien o no se precien. Hasta la fecha, nadie ha cuestionado esta operativa y quien lo haya hecho habrá quedado en la anécdota de una clase más de algún catedrático emérito en alguna de sus clases en horas taurinas.
La pregunta a hacerse en estos momentos y en los sucesivos que pudieran venir y pensando en grande como diría el Sr. Trump, ¿Es éste el ideal sistema que agiliza las economías y facilita el crecimiento y la rotación, la movilidad de capital y la actitud emprendedora?. Yo no lo tengo nada claro, no por antojo, sino porque a estas alturas y dada la situación, no es de recibo, ni por equidad, ni por justicia social, ni por pragmatismo económico que un banco pague lo mismo al fisco por contratar que el cerrajero de la esquina, no es de recibo que la clase trabajadora, aquella que aparece en esas tablas progresivas anuales, llegue a tramos del 45% de impuestos del IRPF y no es de recibo que las cotizaciones sociales obligadas desde el minuto uno de un emprendedor sean iguales que las de aquel que lleva 10 años regentando un negocio, una mediana empresa o una sicav.
No es por tanto de recibo que el sistema fiscal predique la equidad en tiempos donde la escasez es la reina de la fiesta y donde los impuestos directos sean más injustos que los indirectos, el IVA y las tasas. De éstas ni las hablo: el tabaco, el café, la gasolina, el carro de la compra cuestan taxativamente lo mismo a Botín que a Paco el panadero. Esto ya sería rizar el rizo, pero de equidad no queda nada. Creo que nunca la hubo.