En épocas normales, los principales bancos centrales del mundo actúan bajo el dominio monetario, es decir, con carta blanca para decidir de forma independiente sobre los tipos de interés y la oferta monetaria con el fin de cumplir su doble mandato (normalmente, la estabilidad de precios y el máximo empleo o crecimiento económico). Y eso significa no dejarse influir por las necesidades de endeudamiento de los gobiernos. Esta autonomía se considera crucial para su función.
Pero las cosas pueden complicarse cuando chocan la subida de los tipos de interés, el aumento de los niveles de deuda y el gasto público descontrolado. En tales situaciones, el predominio fiscal puede imponerse, y los bancos centrales pueden verse presionados para dar prioridad a los costes del servicio de la deuda pública por encima de sus objetivos básicos. Si los bancos centrales se ven empujados a mantener los tipos bajos para aliviar estas cargas o a aplicar otras medidas para ayudar a minimizar los déficits, su capacidad para controlar eficazmente la inflación y mantener la estabilidad financiera puede disminuir. Desgraciadamente, sólo uno de los dos regímenes puede prevalecer.
El predominio fiscal puede conllevar múltiples riesgos. Puede causar una inflación persistentemente alta al obligar a los bancos centrales a mantener bajos los tipos de interés o a aumentar la oferta monetaria para acomodar el endeudamiento público. Esto socava la credibilidad de los bancos centrales, lo que significa que los mercados podrían perder la confianza en su capacidad para controlar la inflación y cumplir sus otros objetivos. Además, el predominio fiscal puede conducir a la inestabilidad financiera, ya sea porque la contención de los tipos de interés puede alimentar burbujas de activos y una asunción excesiva de riesgos, o porque los inversores podrían llegar a perder la confianza en la capacidad del gobierno para pagar íntegramente su deuda. Por último, puede distorsionar las señales económicas, fomentando inversiones ineficientes y retrasando los ajustes necesarios, lo que podría obstaculizar el crecimiento económico y la estabilidad a largo plazo.
Afortunadamente, todavía nos encontramos en gran medida en el espacio convencional y predecible del dominio monetario. Sin embargo, podría decirse que nos acercamos al dominio fiscal. Es cierto que los bancos centrales han mostrado su determinación subiendo los tipos de interés para luchar contra la inflación, y algunos gobiernos están impulsando reformas para estabilizar sus posiciones fiscales. Pero los crecientes costes de los intereses de la deuda eclipsan ahora otros gastos importantes en algunos lugares, en una señal de que podría estar surgiendo una dominación fiscal. Los tipos altos no están controlando la inflación con la misma eficacia que antes. Y los bancos centrales han tenido que tomar medidas que facilitan el endeudamiento público.
En un panorama dominado por las necesidades fiscales, las carteras tradicionales de acciones y bonos podrían enfrentarse a importantes desafíos. Diversificar con activos reales como las materias primas y añadir coberturas frente a la devaluación (como el oro o el bitcoin) podría aportar cierta estabilidad a tu cartera.