Con el amanecer de septiembre llegan los reencuentros de unos y otros en el trabajo, bares, restaurantes, cafeterías y, ahora que el calor se muestra implacable, en los bancos de los parques. El verano que se fue y el otoño que llegan son los discursos y reflexiones clásicas de estos momentos. Suenan los teléfonos con fuerza y el correo vomita e.mails de manera ininterrumpida. Todo el mundo cuenta su experiencia, su visión de la jugada. De norte a sur y de este a oeste me llegan referencias. Este año, las islas Pitiusas se han llevado la palma en afluencia de público. Barcelona, por su parte, ha copado gran parte de los telediarios con las meadas, borracheras, desnudos y otros despropósitos y aberraciones similares: sexo en los portales de calles aledañas a Las Ramblas y esquinas convertidas en wateres de la taberna más sucia que uno pueda imaginar ¿Es este el turismo de España? Digamos que es parte del turismo. Muchos, más de lo que se antoja, coincidimos en que el Reino de España acoge a un turismo de tapas y cañas, de ruido y de botellón. Poca chicha y, por supuesto, nula cultura financiera relacionada con la Bolsa, las finanzas o la propia economía en sí.
Turismo de Mercadona, el gran protagonista del verano, como escribí hace unos días. “Este verano han ganado los sombreros, las sombrillas en la arena y Mercadona. Pierde la Bolsa…”. Turismo de ruido. Piscinas y frontones heredados del desastroso Plan E de Zapatero, reconvertidos ahora por muchos alcaldes del PP en merenderos y zona del botellón y otras chanzas. Todo el mundo en España se queja del ruido. Creía que yo era el único, el gran perjudicado por la contaminación acústica de las juergas que se montan en mi pueblo conquense hasta las 7 de la mañana sin que el alcalde, que vive en la otra punta del pueblo y al que ni a él ni a su familia le perturban los ruidos atronadores, haga lo más mínimo y, lo que es peor, sin que nadie se queje formalmente. Yo he decido hacer lo mismo, porque no serviría para nada, como no han servido otros asuntos, y poner en agosto los pies en polvorosa camino de la Costa del Sol.
Costa del Sol. Verano de 2014. Se ha registrado una gran afluencia de turismo nacional, como hacía años que no se veía, y una disminución del turismo extranjero. En éste afloran los primeros veraneantes del Norte de Marruecos, los únicos que han tirado de billetera y exhibido en calles y autovías los mejores coches. Por cierto ¿de dónde ha salido tanto coche español viejo, sucio y destartalado?.
Sigue la tendencia creciente a acortar el número de días de estancia del turista extranjero y nacional. Hace unos años todo el mundo hablaba del semaneo. Ahora hay que hablar del fin de semana largo, de jueves a sábado incluídos y no mucho más. Interesante, del mismo modo, cómo el turista, sea de la nacional que fuere, se ha acostumbrado a las grandes y buenas ofertas. Cuando subimos los precios, la demanda cae en picado. Turismo que se baja las toallas de los hoteles a las playas y la mini nevera replleta de sangría y de bocadillos..."
"Creo que los datos de julio y de agosto referentes al turismo van a decepcionar a más de uno", me dice un alto cargo de la Consejería andaluza de Turismo. "Nos las prometíamos felices con los movimientos sociales y políticos en Turquía y Egipto. Esperábamos, también, dinero de rusos y de hacendados marroquíes. Pero sólo han aparecido estos últimos. Hemos luchado mucho por mantener los chiringuitos en pie, que la Ley de Costas quería derribar. El verano, sin embargo, no está respondiendo a las expectativas. Estamos facturando por debajo del promedio del año pasado, que ya fue malo. El espeto se mira pero no se toca, lo mismo que las gambas o las cigalas. Ya no hay colas en los chiringuitos. Las colas están en Mercadona..."
"La gente vuelve a traerse las neveras portátiles de casa, como hace cincuenta años. Después de comer y de beber copiosamente, cantan a grito pelado y algunos bailan en la arena. Esta es la estampa de los fines de semana ¿Durante la semana? Parece que estamos en invierno", me cuenta el dueño de uno de los chiringuitos más famosos de la Costa del Sol.
"Tengo la suerte de tener el negocio en el centro del pueblo, que, como ves, está plagado de bares de copas y de tapitas. Es lo que se lleva este año: tomar una tapita en uno de los bares de la plaza del pueblo, para que te vean, más que otra cosa, sí para que te vean cómo luces el modelito de este verano y el vecino comente que sigues vivo y que llevas algunos euros en los bolsillos. Un gesto a la galería y a cenar a casa...", me dice el dueño de uno de los mejores establecimientos de la zona.
"Este año nos han recortado el cupo de hamacas, pero aún sobran. Los veraneantes van directamente a la arena, con sus sombrillas. Como hace cincuenta años. Sólo los domingos veo algo de animación", me comenta uno de los hamaqueros más famosos de la zona
"Apenas quedamos media docena de inmobiliarias abiertas. Los que hemos resistido ahora ganamos más, pero eso no significa que se estén vendiendo pisos como rosquillas. Es cierto que los rusos y árabes han comprado inmuebles por la zona. Pero es mayor la amplificación, el eco de esas ventas que las ventas en sí ¡Vamos! que estos sigue más muerto que vivo..."
"Hace unos años no dábamos abasto vendiendo helados. Mi jefe murió hace cuatro años. Llegó a tener seis heladerías en la Costa del Sol. Al final se quedó con ésta y, lo que es peor, con una deuda brutal. La heladería es del banco. Hemos llegado a un acuerdo los cuatro trabajadores con el banco en cuestión: trabajamos a porcentaje. Así, el banco cobra lo que puede y nosotros no estamos en el paro..."
"Si el año pasado fue bueno, éste está siendo espectacular. Somos cuatro aquí en esta minúscula pescadería vendiendo y no damos abasto. La gente come cada vez más en casa. Este invierno vamos a hacer reformas, la vamos a ampliar..", me dice el dueño de la pescadería a la que voy a comprar.
Turismo de cañas y tapas, de ruido y de botellón ¿Decepcionarán los datos que conoceremos pronto?