La teoría del cisne negro es una metáfora que describe un suceso inesperado y de gran impacto. Fue desarrollada por el filósofo e investigador libanés Nassim Nicholas Taleb en 2008, aunque su origen se remonta al siglo XVII. En aquella época, los primeros exploradores europeos que llegaron a Australia se encontraron una especie de cisnes negros en el país oceánico. Hasta ese momento, se creía que todos estos animales eran de color blanco, y este descubrimiento inesperado cambió por completo la percepción que existía por aquel entonces.
Por lo tanto, para que un evento pueda considerarse un cisne negro tiene que ser altamente improbable, debe tener un elevado impacto y que se tienda a explicar con razonamientos lógicos.
La economía es sin duda la rama de conocimiento donde la teoría del cisne negro tiene más implicaciones. De hecho, todos los eventos considerados como cisnes negros han provocado un cambio en las preferencias de los inversores a corto plazo y, por tanto, de la evolución de los mercados. Los atentados del 11 S, el Brexit o la aparición de internet, han sido considerados como cisnes negros.
Aunque el propio Taleb ha declarado que la pandemia de la Covid-19 no debería considerarse como un cisne negro, debido a que las pandemias ya eran conocidas, la consciencia colectiva lo ha percibido como excepcional, inesperado y con un alto impacto global en muchos aspectos de la vida y de la economía. Se acerca bastante a un cisne negro, sin serlo en stricto sensu y nos deja importantes implicaciones para la inversión y las preferencias de los inversores.
La emergencia sanitaria que ha provocado la Covid-19 ha tenido un impacto directo y devastador en algunos sectores económicos y nos ha llevado a una recesión económica que va ser recordada como la crisis de la pandemia. Toda crisis supone un cambio y esta no va ser diferente. En situaciones de crisis se han gestado las mejores ideas que han ayudado al avance de la humanidad, aunque la inestabilidad que provocan pueden ser traumáticas, en algunos casos.
En los momentos del inicio del brote del coronavirus (SARS-CoV-2) el impacto en el universo de los activos fue relativo, incluso se marcaron máximos en el S&P 500, Dow Jones y Nasdaq 100, a mediados de febrero. Pero según avanzaba la pandemia, se extendía la consciencia y las restricciones, los activos financieros sufrían una de las mayores y más bruscas caídas de la historia. Las bolsas mundiales con caídas cercanas al 30% y los activos de renta fija con caídas superiores al 10%. La incertidumbre se apoderó de los inversores y la avidez por la liquidez genero un tsunami de ventas en los mercados.
La situación ha cambiado sustancialmente desde aquellos primeros momentos. Los mercados han reaccionado al alza, aunque lo más determinante ha sido que las actuaciones y comportamientos que se han llevado a cabo en este periodo de pandemia han cambiado las preferencias de los inversores e incluso el entorno de la inversión. El proyecto de cisne negro cumple con su papel.
Nos encontramos en un entorno nuevo para la inversión, en la que la liquidez infinita de los bancos centrales da soporte a un gran universo de activos de renta fija y aseguran la supervivencia del sistema financiero, pase lo que pase. El cambio en los hábitos que ha provocado la pandemia ha impulsado a las compañías tecnológicas, farmacéuticas, bio-sanitarias y de comercio on-line. Pero también hay perdedores como las compañías del sector petrolífero, transporte, turismo o cíclicas.
También ha supuesto un impulso a una tendencia incipiente hasta la fecha, la apuesta clara hacia la sostenibilidad y las energías renovables. La pandemia ha supuesto un salto de varios años en el desarrollo de esta tendencia y de la misma manera en la implementación de la tecnología en nuestras vidas.
Podríamos pensar que cuando las vacunas nos devuelvan a la normalidad lo que se ha impulsado se replegará y lo que está penalizado resurgirá. Pero el impacto de este cisne negro ha echado unas fuertes raíces que harán que las cosas nunca vuelvan a ser como antes. Cuando hay cambios tras una crisis difícilmente hay marcha atrás.
Las consecuencias para la inversión no han sido negativas, al fin y al cabo. Pero conviene tener en cuenta cual es el nuevo entorno a la hora de definir nuestro posicionamiento.
La liquidez abundante de los bancos centrales y la generada por los estímulos fiscales de los gobiernos van a hacer que los activos se revaloricen. Es probable que veamos antes inflación en los activos financieros que en la economía real. Los activos de renta fija van a contar con una seguridad y estabilidad nunca vistos, gracias al soporte de los bancos centrales. Las compañías que intervengan en la cadena de valor de las empresas tecnológicas, de energías renovables, vinculadas con el coche eléctrico o autónomo y las que se beneficien de la tendencia de la longevidad, van a ser las que mejor desempeño muestren en los mercados de renta variable en el futuro. Un futuro en que las Inversiones Socialmente Responsables (ISR) tendrán un papel preponderante.
La precaución viene por identificar aquellos activos de compañías zombis. Compañías zombis son aquellas que no van a ser capaces de generar valor en el futuro y que actualmente están beneficiadas de la facilidad de financiación o porque se identifican dentro de un sector de los beneficiados. El proyecto de cisne negro de 2020 ha cambiado la inversión, pero las recetas para éxito siguen siendo las mismas, la diversificación y la selección. Y los instrumentos que nos garantiza a los inversores cumplir con estos principios sigue siendo los que nos proporcionan las Instituciones de Inversión Colectiva.
Para aquellos que sean más francotiradores que inversores de largo, habrán sabido leer entre líneas que compañías lo van hacer bien en el 2021.
FELIZ AÑO NUEVO.