Ha nacido el Mecanismo Europeo de Estabilidad, MEDE o, para que nos entendamos, el Fondo de Rescate Permanente, que a diferencia del anterior, de carácter provisional y creado para fines más concretos, se dota con 500 billones de euros reales, es decir aportados en su totalidad por los países integrantes de la Unión Europea, cada uno de acuerdo con su cuota de participación. El capital del fondo provisional es el producto de avales y garantías, no de dinero contante y sonante.
Su flamante presidente Jean Claude Juncker ha manifestado que a partir de ahora la zona euro está equipada con un efectivo y permanente cortafuegos. Palabras grandilocuentes de las que los inversores desconfían.
El problema, como viene siendo habitual en Europa, es la indefinición.
En la reunión de junio de este año, donde Francia y España dieron la impresión de haber dominado la escena y haber concluido por primera vez con una clamorosa victoria diplomática, se acordó a última hora que este organismo, además de poder comprar deuda publica de países con problemas, podría utilizarse para recapitalizar a bancos que lo necesitaran. Con ello, el principal escollo de España, al menos así lo era en aquellos momentos, quedaba bastante resuelto. Las necesidades de capital de la banca española no iban a pesar sobre las cuentas públicas del país, no se incrementaría la ratio de deuda sobre el PIB, sino que los bancos iban a recibir los fondos directamente del MEDE.
Pero a medida que iba transcurriendo el tiempo tras la conclusión de aquella reunión, los países triple A de Europa y a la cabeza de ellos Alemania, fueron añadiendo peros a lo acordado. Hasta tal punto que Wolfgang Schauble llego a decir que tenía la impresión de que hubo diferentes formas de entender el acuerdo.
Estos países pusieron como condición, después, que solo se podrían utilizar los fondos cuando existiese un supervisor único europeo, primer paso para la Unión Bancaria Europea. En vista de lo cual, Irlanda, Italia y España presionaron para poner una fecha tope a la creación de este organismo: enero de 2013. Esta fecha, sin embargo, no es aceptada por Alemania, que arguye que se necesita más tiempo para ello. Y por si fuera poco, en la última reunión de Holanda, Finlandia y Alemania llegaron a la conclusión unilateral que los fondos no podrían ser utilizados para rescatar bancos de manera directa con carácter retroactivo, eliminando cualquier atisbo de esperanza para Irlanda y España de quitarse la carga de deuda correspondiente al rescate bancario.
Como podemos apreciar el ritmo de la Europa única consiste en primero un paso hacia adelante y después tres hacia atrás.
Pero al menos le queda al MEDE la valiosa función de comprar deuda pública de países que lo soliciten, aunque, gran inconveniente, lo más importante, las condiciones, tampoco han sido fijadas y lo peor es que dependerán en cada momento de lo que cada gobierno integrante tenga a bien exigir.
No es de extrañar que el Gobierno español no se atreva a abrir la boca solicitando esta intervención por si algún país, pongamos, por ejemplo, Alemania, habida cuenta de que los próximos comicios están cada vez más cerca, se ve tentado a imponer condiciones incumplibles para calmar la angustia de su electorado que, al parecer, teme perder su elevado nivel de vida por los dispendios de los pródigos vecinos del sur.
No es de extrañar, por tanto, que quienes se dedican a invertir no hayan celebrado con champán la creación de este nuevo organismo, ni se tomen en serio las palabras de su presidente que, desafortunadamente, suenan a un enorme vacío.
Miguel A. Rodríguez
Analista