En nuestro análisis habitual de la prensa económica a menudo encontramos titulares que especulan sobre los factores que afectarán al precio de las acciones. Muchos consideran que la relación entre las noticias y la fluctuación del mercado es evidente. Por ejemplo, un informe que muestre la debilidad de algunos datos económicos se considera automáticamente como algo "malo" para la renta variable. A menudo vemos que los medios se preocupan cuando se ralentiza el crecimiento por temor a que sea el anticipo de una caída generalizada de las acciones en el futuro. Sin embargo, no creemos que la relación sea tan lineal: los datos por sí solos no dictan la dirección del movimiento. Es importante tener en cuenta cómo se sienten los inversores en general. En nuestra opinión, la diferencia entre las expectativas agregadas de los inversores y la realidad tiene un gran impacto en los vaivenes de la demanda de acciones.
Pensamos que los mercados son mecanismos eficientes a la hora de descontar la información, es decir, "poner precio" con antelación a todos los acontecimientos y novedades difundidos masivamente. Por lo tanto, cuando cualquier información, incluso una simple opinión, es conocida por todos, es probable que su poder para estimular los precios ya haya desaparecido. Seguramente esa noticia ya haya provocado alguna reacción, así que el precio de las acciones ya lo refleja. Por lo tanto, se necesita una sorpresa real, algo que muy pocos vean o aprecien, para afectar a los precios.
Lo que se considera una sorpresa depende de en qué parte del ciclo del mercado nos encontremos. Así como las economías capitalistas se mueven entre períodos de crecimiento y recesión, «auge y contracción», los mercados de valores también lo hacen. En la terminología de los mercados de renta variable, un mercado alcista –período prolongado en el que los precios de las acciones tienden a subir– equivale a un auge, aunque el comienzo y el final suelen anticiparse ligeramente al ciclo económico. Un mercado bajista –una caída prolongada, superior al 20% e impulsada por los datos fundamentales– equivale a una contracción, que también suele ir por delante de la recesión económica.
Durante los ciclos del mercado encontramos que el estado de ánimo de los inversores evoluciona. Este tránsito fue resumida mejor que nadie por el mítico inversor sir John Templeton en su conocida cita: «Los mercados alcistas nacen en un ambiente de pesimismo, crecen en el escepticismo, maduran en el optimismo y mueren con la euforia». Al principio de un ciclo alcista, el ánimo es en gran medida pesimista. Por lo tanto, con muy poco se pueden lograr grandes sorpresas. Por ejemplo, si el dato del PIB (producto interior bruto, una estimación de la producción económica nacional elaborada por el Gobierno) mostrara un crecimiento mínimo o incluso una recesión menor de lo que se esperaba, esto podría interpretarse como una sorpresa positiva. Sin embargo, si el informe del PIB mostrara un retroceso aún peor de lo esperado, esto podría sorprender en sentido contrario. Es similar cuando los inversores son escépticos. Un dato económico muy consultado, como es el de las ventas al por menor, que muestre un crecimiento débil pero estable en un momento en el que el consumo genera dudas, podría suponer un estímulo. Aunque es más probable que las sorpresas sean negativas cuando los inversores son escépticos que cuando son pesimistas, pensamos que aún en este entorno es poco probable que las malas noticias convulsionen los mercados provocando su debilidad a largo plazo.
En la etapa optimista ya cuesta más que algo sorprenda positivamente. Por ejemplo, si los beneficios empresariales han crecido durante varios trimestres consecutivos, otro trimestre de crecimiento de dos dígitos podría animar a los inversores, mientras que una desaceleración más acusada de lo previsto podría ser decepcionante. Por último, cuando los inversores están eufóricos, el listón se pone altísimo. El período previo a unas elecciones puede mostrar cómo funciona este fenómeno. Por ejemplo, los inversores pueden dejarse arrastrar por el bombo mediático que rodee a un candidato comprometido con importantes reformas «propicias para el mercado». Si el político tiene capacidad para aplicar esos cambios, las acciones se beneficiarían de un nuevo impulso. Sin embargo, si el político no cumple con lo prometido durante la campaña, las acciones caerían consecuencia de la decepción.
Por lo tanto, la pregunta que los inversores deben hacerse es: ¿qué han incorporado al precio ya las acciones, agotando así su efecto sorpresivo? A nuestro juicio, los inversores pueden mantenerse al tanto de las variables económicas, políticas y de confianza durante aproximadamente los siguientes 3 a 30 meses para determinar cuál será la demanda general de acciones. El componente emocional, sobre todo, influirá en cómo los inversores reaccionen ante las realidades económicas y políticas, convirtiéndolo así en un factor decisivo que tener en cuenta.
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