En la actualidad existen 84 fondos soberanos activos. 55 países han creado al menos un fondo soberano. Oriente Medio, China, el Sudeste Asiático y Noruega son los cuatro polos de mayor actividad de fondos soberanos. El volumen total que gestionan los fondos supera los 6 billones de dólares, lo que supone el 10% del PIB mundial. El fenómeno de los fondos soberanos tiene una gran difusión desde hace varios años y su impacto en los mercados es cada vez más relevante, poruqe tan pronto compran acciones de Bolsa como Deuda Pública, inmuebles o metales. El fondo soberano noruego sigue a la cabeza de los fondos por volumen de activos gestionados. En septiembre superó los 1.000 millones de dólares. Los fondos soberano se han convertido en los nuevos reyes del mundo. Luchan a brazo partido con los grandes fondos de inversión anglosajones para mantener este liderazgo. El mundo está cada vez más en manos de menos.
Ha escrito David Cano que los fondos soberanos responden a una lógica básica de ahorro para el futuro, fomentada tanto por el Estado como por las autoridades monetarias. El argumento principal es el reconocimiento de que los recursos económicos generados en el momento presente no persistirán, ya que están asociados a una capacidad exportadora que no perdurará por basarse, bien en una ventaja competitiva no sostenible, bien en la exportación de una o varias materias primas (en este caso, además, con un elemento de vulnerabilidad adicional: una potencial caída de los precios). Pero es que, además del motivo precaución, existe otro con claro sesgo económico: evitar los desequilibrios que pueden provocar la entrada de elevadas cantidades de divisas. Se pueden considerar los fondos soberanos como una de las mejores herramientas para evitar la paradoja de la abundancia y, en su versión más concreta, la enfermedad holandesa. Medidas, en todo caso, que tratan de conseguir una transferencia intergeneracional de la riqueza, lo que justifica que la cartera de inversión de los SWF goce de diversificación, tanto geográfica como sectorial. Comienzan aquí las suspicacias sobre el potencial interés político, a lo que no ayuda la falta de transparencia de algunos de ellos (y, especialmente, la de los países que acaparan la mayor parte de los SWF, situados en Oriente Próximo). La Gran Recesión (2008-09) y la necesidad de capital por parte de algunas grandes entidades financieras ha abierto el debate, ya que algunos fondos soberanos se han convertido en importantes accionistas de bancos de referencia.
La crisis de deuda de la zona euro (2010-12) intensificó la importancia geoestratégica de los SWF, en este caso, ante la inversión en bonos emitidos por países periféricos de la Unión Económica Monetaria o por las entidades creadas para su rescate como el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) o el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF). Por ello, los fondos soberanos se han convertido en accionistas de bancos, eléctricas, compañías industriales, etcétera, de países desarrollados y han adquirido instrumentos de renta fija, en su mayoría emitidos por los Estados del Sur de la zona euro. Pero más allá del rechazo que pueda provocar en los países occidentales la entrada de fondos soberanos en el accionariado de sectores estratégicos, el otro foco de atención es el reforzamiento del denominado “eje Sur-Sur” dirigiendo parte de las inversiones a intentar compensar la hemegonía del Norte. Por lo tanto, tras una lógica económica y financiera, los fondos soberanos pueden tener una lógica política que los convierte en agentes de la geoestrategia mundial. Seis billones de dólares (es decir, el nueve por cien del PIB mundial), más de un tercio de ellos en Oriente Próximo, justifican su seguimiento y análisis.