En términos churchillianos, tal vez se pueda decir que “seguramente, esto no es el fin; probablemente tampoco es el principio del fin; pero, sin duda, es el fin del principio”.
En líneas generales, el buen comportamiento de los diferenciales de crédito y la notable estabilización de la renta fija privada, tras la debacle del mes anterior, ha tenido como efecto una recuperación bursátil, disimilar si se quiere, muy insuficiente aun, con mucha diferenciación sectorial y geográfica, pero recuperación, al fin y al cabo. Tan solo las deudas públicas periféricas no han visto mejorar sus ratios, lo cual es un síntoma claro de las dificultades que los mercados están atribuyendo a la capacidad de asumir nuevos déficits y mayor deuda de estos países, singularmente por su tamaño España e Italia, en un contexto de fuerte recesión y bajada de ingresos públicos.
Aun con todo, la idea que subyace es que, al menos en el plano médico, lo peor ha pasado ya. Por ello, la pregunta clave en estos momentos es cómo será la puesta en marcha de las economías y, por inferencia, qué forma tomará la recuperación. Parece claro que los datos retrasados nos dan una imagen realmente apocalíptica. En ese sentido, las peticiones semanales de desempleo en EE.UU., por poner un ejemplo, superan los treinta millones, algo nunca visto en un periodo tan corto de tiempo, desde la Segunda Guerra Mundial. Además, hemos visto el caso curioso, pero sintomático, de unos futuros del crudo “Texas” cotizar a niveles negativos, algo que, aparte del componente accidental derivado de la especificidad de entrega del barril de referencia en Norteamérica, nos sugiere que la demanda sigue estando muy por delante de la oferta, elemento muy distorsionador y claro ejemplo de que los motores están apagados (casi literalmente, en este caso). No obstante, aunque muy reciente, esto es el pasado. Los mercados están ya en otro juego: básicamente en el clásico “y ahora, ¿qué?”.
En ese sentido, no comienza particularmente bien el mes, con un claro recrudecimiento de las relaciones entre China y EE.UU., algo que nos recuerda que la guerra comercial solo tuvo un armisticio y no una auténtica paz. Concretamente, el presidente Trump ha sugerido imponer nuevas sanciones al gigante asiático al tiempo que el secretario de estado, Mike Pompeo, afirma que su gobierno dispone de pruebas acerca de que el coronavirus comenzó en un recinto científico en Wuhan. Se trata de graves acusaciones cuyo impacto en los mercados, al margen de su veracidad, no solo resulta evidente sino que no augura nada bueno, al menos a corto plazo. No está de más recordar que estamos en año electoral en EE.UU., lo que confiere una importante incertidumbre a la forma de afrontar la presente crisis y el deterioro económico subsiguiente, por parte de la administración estadounidense.
Por todo ello, comienzo de mayo que parece hacer bueno (esperemos que no termine siendo así) el viejo sell in may and go away. Debemos tener en cuenta que buena parte del rebote de mercado ha tenido como mimbres, hasta ahora, los estímulos monetarios y fiscales anunciados, a escala global. A partir de este momento será la expectativa macroeconómica la que nos marque la pauta a seguir, asumiendo que 2020 no será un gran año, ni de economía ni de resultados empresariales, en un contexto de fuerte parón de la demanda.
Dicho eso, la incertidumbre actual es tan elevada que, realmente, las previsiones oscilan entre un año muy negativo y una auténtica debacle. Curiosamente, en la medida en la que las expectativas se han derrumbado, de la mano de los indicadores publicados, el resultado final podría ser sorprendentemente positivo, a nivel de mercado, si no se cumplen los peores augurios. En todo caso, extrema prudencia