No son pocos los países que anuncian, bajo serias dudas, comenzar el complicado retorno a la normalidad. Una normalidad que luce cada vez más difícil de recuperar, mientras nuevos brotes en Asia indican un indeseado sendero a recorrer si occidente se precipita en tomar medidas para las que aún no estamos preparados.
Hasta ahora, las potencias económicas de occidente han logrado mantener a flote la nave de los mercados globales. Si bien Wall Street, como timón de vela, sufrió los estragos de la tempestad causada por el coronavirus en los primeros días de marzo, en este momento los principales índices como Nasdaq, S&P 500 y Dow Jones muestran señales fuertes de una desaceleración, al menos temporal, de la fuerte caída de los días pasados y una estabilización parcial de los precios en las acciones más dominantes del mercado. El apocalipsis pronosticado en algún momento nunca llegó, sin embargo, no son pocas las pérdidas causadas por el COVID-19 en el mundo occidental.
En primer lugar, el riesgo real de una segunda oleada de contagiados obligará a los países a mantener ciertas restricciones y posiblemente control estricto en algunos aspectos de la vida diaria. En España se ha hablado de retornar las actividades de la cotidianidad dejando por fuera a los principales lugares de ocio y recreación.
El fútbol, bálsamo para muchos, volverá en poco más de 40 días en un principio sin público en los estadios. Otros países como EE.UU. ya han comunicado a sus conciudadanos que no se retomarán las actividades académicas para el presente curso, quedando aún pendiente por determinar si habrá nuevamente clases presenciales en escuelas, institutos, universidades, etc.
Este riesgo, que será sin duda la gran amenaza de los meses por venir, actuará como una variable fundamental adicional en una economía que de por sí quedará bastante golpeada y a la cual le costará enormemente retomar los vientos favorables para navegar a buen puerto.
La recuperación de la demanda de bienes y servicios, sobre todo en el sector turismo, aunado a un posible repunte importante del uso del transporte en todos los países, será un aspecto fundamental a tener en cuenta para lograr una estabilización de los precios del petróleo en torno a los 25 dólares según algunos analistas. Sin embargo, en el camino, y mientras dure la pandemia, muchas serán las empresas relacionadas con el petróleo que irán a quiebra, default o en el mejor de los casos, sufrirán un duro golpe económico que las obligue a cerrar operaciones, recortar personal, modificar el alcance de algunos proyectos, etc.
Esta nueva realidad, sumado al hecho de que efectivamente, un barril de petróleo a 25 dólares no es muy atractivo para muchos, será el nuevo laberinto a sortear para el siempre pujante y polimorfo negocio petrolero mundial. Seguramente las grandes empresas del sector cuentan con la ventaja estratégica de tener fuertes reservas monetarias para paliar la situación, sin embargo, en días pasados, el gobierno del Presidente Trump anunció que se está trabajando en un plan para salvaguardar los puestos de trabajo de los empleados petroleros.
Los esfuerzos constantes de la Fed por apalancar la situación de los mercados en EE.UU. crearon un dique perfecto para lo que pudo haber sido una nueva crisis de deuda. Para nadie es un secreto que el groso de los norteamericanos viven del crédito bancario, por lo que una paralización de la economía por el COVID-19 pudo haber devenido en una nueva crisis donde multitud de deudores se declararan incapaces de cumplir sus obligaciones, sumergiendo a la banca en una crisis nada necesaria ni pertinente en estos momentos.
La fuerte inyección de capital para salvaguardar el ingreso de muchos ciudadanos estadounidenses puede traducirse en todo caso en un aumento histórico de la inflación, un debilitamiento de la fortaleza del dólar que se traduzca en depreciación y una situación turbulenta en el Mercado Mundial de Divisas.
Todavía está por verse la repercusión de la pandemia en la deuda de algunos países del tercer mundo, poniendo especial énfasis en Latinoamérica, región caracterizada por naciones cuya costumbre histórica al default la hace propensa a la desconfianza natural de quienes viven con un ojo puesto en el mercado de deudas soberanas. Países como México, cuya estatal petrolera ha sido objeto de una degradación en su deuda por parte de las calificadoras, tendrán que lidiar con una posible negociación y reestructuración de bonos corporativos ahora considerados basura.
Este problema, posiblemente, es de los que poco se ha hablado y uno al que se debe temer particularmente. Las crisis de deuda tienden a desenmascarar mounstruos difíciles de dominar una vez liberados.
Todo esto y mucho más representa el panorama de lo que podemos llamar “la post-pandemia”. Un escenario complejo donde todos los países deberán poner de sus mejores esfuerzos para tratar de apalancar a sus ciudadanos, sus empresas, el capital humano, los medios de producción, para lograr salir de una de las coyunturas más complejas de los últimos tiempos, asegurando la mayor suma de éxitos posible sin que se creen distorciones o desviaciones donde los menos favorecidos queden en situaciones aún más comprometidas de las que se pueden encontrar en estos difíciles momentos.