Por Jeferson Ribeiro
BRASILIA (Reuters) - Hace cuatro años, la imagen de administradora competente y la omnipresencia de Luiz Inácio Lula da Silva en la campaña fueron suficientes para que Dilma Rousseff fuera elegida presidenta, sin haber disputado nunca antes unas elecciones.
Ahora, con su fama de técnica eficiente afectada por el débil crecimiento del país y los escándalos de corrupción, la carrera hacia la reelección se convirtió en una angustia.
Retratada -incluso por sus aliados- como una administradora muy apegada a los detalles, que dialoga poco, que interviene demasiado en la economía y que actuó de forma poco hábil políticamente para realizar reformas, la presidenta pidió en esta campaña cuatro años más para mantener y profundizar el modelo del Partido de los Trabajadores.
Dilma dejó de lado su faceta de gestora e intentó demostrar que el perfil de dureza e intransigencia se ha suavizado desde 2010. Con el nuevo mandato ganado en las urnas este domingo, en los próximos años se verá si esto es así o se trató solo de una táctica electoral.
Uno de los estrategas de la campaña actual considera que Rousseff aprendió algunas lecciones en los cuatro años que lleva en la presidencia. "En el fondo, ella es más madura", aseguró a Reuters bajo condición de anonimato.
Un ministro del Gobierno avala que Rousseff, de 66 años, ya ha cambiado y que eso ocurrió después de las manifestaciones de junio de 2013, cuando miles de personas salieron a las calles a protestar, principalmente, por la mala calidad de los servicios públicos.
En esa época, Rousseff perdió parte de su fuerza cuando su popularidad se derrumbó desde un máximo de un 65 por ciento a un 30 por ciento tras las manifestaciones.
Sus elevados índices de aprobación habían dado fuerza política a Rousseff, pero también la habían dejado aislada de críticas y consejos.
"Fue allí cuando la presidenta entendió que tenía que abrirse y dialogar más con los políticos, con los movimientos sociales", dijo el ministro, que habló bajo condición de que se mantuviera en reserva su identidad.
En su entorno, por ejemplo, no todos creen que el primer período le haya servido a Rousseff de experiencia al punto de transformarla en una líder menos obsesionada por los detalles y políticamente intransigente.
"Lo que existe de verdad es una esperanza de que haya aprendido de los errores. La campaña electoral está siendo una gran lección para ella, para el Gobierno y para el PT", dijo a Reuters una persona cercana a Rousseff en la campaña de 2010.
Un ejemplo reciente muestra la resistencia de la mandataria a enmendar el camino. Sus aliados le aconsejaban hacía meses que señalara que haría cambios en un nuevo mandato, que reconociera que el Gobierno no acertó en todo y que anunciara que cambiaría a su equipo económico, que tenía afectada su credibilidad frente a los mercados.
Sin embargo, Rousseff se resistía a ceder. Sólo tras una conversación franca con Lula, su predecesor y mentor político, Rousseff empezó a decir que haría cambios en su política económica si era reelegida.
"Fue necesario decirle que tenía que escoger entre el ministro de Hacienda (Guido Mantega) y la reelección", dijo a Reuters uno de los aliados de la presidenta.
Pese a que en los últimos meses suavizó su postura, Rousseff creó un clima inhóspito tanto entre sus aliados como dentro de su propio partido.
"A lo largo de los años ella voló los puentes con los sectores económicos, los partidos aliados e incluso con el PT", dijo la fuente que relató la conversación con Lula.
Ahora, añadió, "tendrá que reconstruir esos puentes en un ambiente político más hostil, con desconfianza", dijo.
CONTROL Y TORTURA
Parte del fracaso de Rousseff como administradora está directamente relacionado con la postura controladora que siempre tuvo al frente del Ministerio de Minas y Energía y el Gabinete Presidencial, cargos cuyo perfil era más gerencial que de liderazgo.
A Rousseff le gusta estar pendiente de todo, incluso en cosas banales. También acostumbra a discutir proyectos dividiendo al Gobierno en áreas independientes, que no dialogan entre sí y reciben recomendaciones diferentes, sin saber cuál es la posición exacta de la presidenta sobre el tema en discusión.
La presidenta adopta esa estrategia, en parte, porque es reacia a las filtraciones a los medios de prensa.
Eso también puede estar relacionado con el pasado de Rousseff en su lucha contra la dictadura, cuando las organizaciones clandestinas actuaban en células, con secretos bien guardados incluso entre los amigos.
La actual mandataria participó en la lucha armada contra la dictadura que gobernó Brasil durante 21 años. Comenzó su resistencia al régimen militar en Belo Horizonte, donde era una joven de clase media.
Pero su segundo ex marido, Carlos Araújo, dijo que Rousseff "nunca tomó un arma y jamás disparó un tiro".
En la cárcel, sufrió torturas "extremadamente crueles", según el ex ministro de Desarrollo, Industria y Comercio Fernando Pimentel, un amigo desde la juventud elegido gobernador de Minas Gerais por el PT en primera vuelta.
Es muy extraño que Rousseff se refiera a ese periodo en público, sin embargo, los gritos en su contra en la apertura de la Copa del Mundo de fútbol en Sao Paulo la llevaron a hacer una excepción.
Al otro día, en un evento oficial en el Distrito Federal, Rousseff dijo que en su vida se había enfrentado a agresiones que llegaron al "límite físico" y que no serían ataques verbales los que la abatirían o que la atemorizarían.
"Soporté agresiones físicas casi insoportables y nada de eso me sacó de mi rumbo, nada me sacó de mis compromisos", aseguró, indicando lo importante que es para ella mantener sus posiciones independientemente del tipo de presión que reciba.
No es casualidad que la única persona que consigue distraer a la presidenta de sus objetivos no tiene nada que ver con su vida pública. Se trata de su nieto Gabriel, que debilita su concentración.
Los asesores más próximos suelen celebrarlo cuando saben que la ilustre visita está en el Palácio da Alvorada.