YARMOUK, Siria (Reuters) - El distrito de Yarmouk en Damasco ha cambiado de manos muchas veces en la guerra de Siria: de rebeldes a militantes del Estado Islámico y de vuelta a las fuerzas gubernamentales. Pero Abu Nimr ni se inmutó.
Ha permanecido en la casa de su familia con su perro en medio de las bombas, los asedios y las feroces batallas durante más de siete años, criando palomas en su azotea pese a que otras personas huían en tropel.
Desde que el ejército recuperó el enclave hace unos cinco meses, Abu Nimr ha contribuido a la limpieza de los escombros de las calles y a reparar las casas abandonadas.
"Mis hermanos y yo vivíamos en este edificio. Todos están casados. Se fueron para que sus hijos pudieran ir a la escuela", dijo Abu Nimr a Reuters en el campamento palestino de Yarmouk en la capital siria.
"Decidí quedarme aquí solo, a vigilar la propiedad de la familia y a esperar a que las cosas se resolvieran en unos días. Pero pasaron siete años, Dios me ayudó a ser paciente".
Abu Nimr, de origen palestino, era dueño de una tienda que vendía dulces antes del conflicto.
En un principio, almacenaba comida de las casas vacías de sus parientes. A medida que disminuyeron los suministros, a menudo se iba a la cama con hambre.
"Tomé la decisión hace siete años de que las armas no son lo mío. Derramar sangre no es fácil", dijo.
Abu Nimr, que tiene 36 años, hizo trabajos ocasionales a lo largo de los años y pasó mucho tiempo con su perro Balo. "Fue mi amigo durante el asedio, y confiaba en él para que vigilara la casa cuando salía".
Cuando los combates se acercaban demasiado, se escondía en la habitación más alejada con un martillo en la mano por si acaso tenía que salir.
La violencia ha convertido su vecindario en una ciudad fantasma, y algunas calles todavía están bloqueadas por trozos de metales retorcidos y paredes derrumbadas. Otras calles han sido cerradas con carteles de advertencia por minas.
Cuando llegó la última batalla de este año, después de que muchos residentes hubieran escapado o muerto, solo quedaban 16 personas en su vecindario.
Pero él se negó a irse. "¿Que huía la gente? ¿Que los aviones de combate lanzaban bombas? ¿Que entraban los militantes? No importa".
Ahora, Abu Nimr quiere que Yarmouk vuelva a animarse y espera que la gente pueda regresar pronto.
Antiguos vecinos y residentes le llaman desde otras partes de Siria o del extranjero, y le piden que compruebe si sus casas están bien. Le envían algo de dinero para limpiar y reparar los daños.
Los empleados estatales y los voluntarios han abierto todas las calles principales, dice. "Ayudamos con lo que podemos".
"Alabado sea Dios, ahora las cosas están mucho mejor". Si no fuera por la guerra, Abu Nimr cree que ahora estaría casado y con hijos. "Si la gente regresa y la situación mejora, volveré a abrir una tienda de dulces de inmediato".
(Información de Firas Makdesi; traducido por Tomás Cobos en la redacción de Madrid)