El inversor invierte buscando una ganancia. Lo que implica que compra después de un pronóstico alcista y vende después de un pronóstico bajista. Si acierta, gana dinero. Si se equivoca, pierde dinero. El riesgo más básico del inversor es que el precio se mueva en su contra después de tomar una posición. Por supuesto, el que no arriesga, no gana. Pero el que arriesga demasiado, puede perderlo todo. Si eres demasiado conservador, no creces. Pero si eres demasiado agresivo, coqueteas con la ruina. El inversor inteligente evita estos extremos y busca el equilibrio con una estrategia sólida.
Para invertir se requiere fe. Esa fe es la creencia de que estamos comprando barato y el activo, tarde o temprano, subirá de precio. El problema es que, en la mayoría de los casos, la fe es ciega. El creyente siente que tiene la razón. El creyente quiere creer que tiene la razón. Pero el creyente no tiene el éxito garantizado. De hecho, con frecuencia, se equivoca. Y esto no ocurre necesariamente por incompetencia. El inversor se equivoca, porque su negocio es hacer apuestas en mercados aleatorios e irracionales. Por ende, el inversor debe poner todo su esfuerzo para ganar, pero, al mismo tiempo, debe estar bien preparado en el caso de perder.
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