Después de varias semanas en el país de las maravillas, el hechizo finalmente se rompió. La luna de miel se terminó debido a los comentarios de los miembros de la Reserva Federal y a la cautela de los inversores. Los mercados están sentando cabeza y pisando el suelo. No hay que ser un genio para saber que la lucha contra la inflación no es ninguna mandarina. Estamos en tiempos de alta incertidumbre. El contexto es sumamente complejo. Y es bastante ingenuo cantar victoria a las primeras de cambio. Me temo que un par de reportes positivos no es suficiente. Se requiere más tiempo y más datos para poder dibujar el panorama con mayor claridad.
La incertidumbre genera miedo. Y la duda causa volatilidad. Eso no implica que todas las semanas sean rojas. Todo ciclo bajista tiene sus rallies alcistas de vez en cuando. Hoy, están ganando los bajistas. Mañana será el turno de los alcistas. Durante las últimas semanas, los alcistas construyeron una narrativa optimista creada por suposiciones. Este nuevo optimismo no es del todo irracional. La inflación sí bajó en julio. Lo que es sumamente positivo, porque la inflación no hacía otra cosa sino subir. En este sentido, la alegría es realista. Sin embargo, eso no quiere decir que con esta batalla ganamos la guerra. Los rallies de alivio son necesarios. Pero de la catarsis pasamos a la euforia en muy pocos días.
No es muy prudente hacer pronósticos en estos momentos. Porque no hay modelos para tiempos tan atípicos. Aquí cualquier cosa puede pasar. Lo cierto es que la economía estadounidense todavía sigue sumamente sobrecalentada. Y la Reserva debe seguir endureciendo el dólar para poder dominar a la bestia de la inflación. No hay más opción que esperar los datos en la medida que vayan llegando nuevos reportes y esperar por los anuncios de la Reserva durante sus reuniones mensuales. Hay que vivir un día a la vez. Lo único probable en semejante contexto es una elevada volatilidad. Volatilidad para arriba. O volatilidad para abajo. Pero es sensato esperar mucha volatilidad.