Javier Martín
Argel, 15 jul (EFE).- Desde su aparente lejanía en el convulso norte de África, Argelia era uno de los países que contenían el aliento ante el inminente acuerdo nuclear entre Estados Unidos e Irán.
En la decrépita Argel, el régimen dirigido por el anciano y enfermo Abdelaziz Buteflika, sabía que significará una roca más en la pesada mochila que aplasta su endeble sociedad y su vulnerable economía.
Una nueva razón para que el precio del petróleo siga estancado y se mantenga en los niveles a los que ha descendido en el último año, un puñal en el corazón de un país que depende exclusivamente de la importación de crudo y gas.
"Las finanzas públicas van a sufrir el impacto de la caída de los precios a partir de mediados de 2014", reconocía esta semana el Banco Central argelino, que advertía de un descenso importante en las reservas del Estado.
En Argelia, el país más extenso de África, el petróleo y gas suponen el 26,2 % de su PIB y constituyen el 97 % de sus exportaciones.
Una riqueza que, en un Estado sin apenas industria local, permite sostener una precaria economía de tinte postsocialista basada en las subvenciones estatales -un 29 % del PIB se destina a esta partida, según expertos- y en la administración como principal generador de empleo.
Política que permite contentar a la ciudadanía, pero que también fomenta el despilfarro y la economía informal: gran parte de la gasolina acaba en el mercado de contrabando a Marruecos, Túnez, Mali y Libia.
"La situación a la que se enfrentará el país es similar a la que (presidió) la mitad de la década de 1980, con una fuerte caída en los niveles de vida, generalizada revuelta popular y un fallido intento de democratizar el sistema político", augura el analista Francis Ghilès.
"Las luces rojas de la economía llevan parpadeando desde hace más de dos años. Respetados exresponsables han insistido en la necesidad de que el gobierno emprenda profundas reformas económicas", agrega.
"Hasta hace muy poco, el Ejecutivo había optado por ocultar la cabeza bajo la tierra, una actitud que recuerda a la época de los ochenta", añade Ghiles, investigador del "Centro Barcelona de Asuntos Internacionales".
Más allá de la perentoria reforma política, la crisis que parece gestarse en Argelia tiene también hondas raíces políticas que pintan un negro panorama tanto para el país como para el norte de África y la propia Europa.
La enigmática salud de Buteflika añade un factor de inestabilidad que frena la inversión y la reforma, tanto interna como externa, y allana el terreno para la agitación de tinte social.
En este marco se inscriben los enfrentamientos que la pasada semana segaron la vida de 18 personas en la provincia central de Ghardaia.
Protestas que Argel presenta como un enfrentamiento étnico entre jóvenes árabes suníes y grupos bereberes autóctonos de credo ibadí o mozabita, una antigua y minoritaria rama del islam.
Pero que en realidad responden al malestar de los bereberes, que reclaman derechos y justicia social frente a lo que consideran un trato de favor a los suníes, asentados en esa zona predesértica en tiempos de la independencia.
Los ibadíes advierten, además, de la llegada de grupos yihadistas afines a organizaciones como Estado Islámico (EI) y Al Qaida en el Magreb Islámico (AQMI), que estarían arraigando en esta región situada a unos 500 kilómetros al sur de Argel.
Expertos coinciden en apuntar que la confusa respuesta de las fuerzas de Seguridad están relacionada con el pulso por la sucesión que libran los distintas familias políticas, asidas a cuerpos militares y policiales, verdadero poder en el país.
Protestas de tinte social similares se suceden desde hace meses también en el sur del país, donde la población se ha levantado en contra de los planes del gobierno de uso del "fracking" para explotar las vastas reservas que cree existen de gas esquisto, y que considera su salvavidas.
Para colmo de males, Argelia es también testigo de un repunte de aquella violencia yihadista que tiñó de sangre la pasada década de los noventa.
A principios de mes, el ministerio de Interior reconoció que las fuerzas de Seguridad abatieron a 202 presuntos terroristas en diferentes puntos del país solo en el primer semestre de 2015.
La mayoría de ellos en áreas de la Cabilia y las montañas al oeste de Argel, pero también en el desierto y en la inestable frontera con Libia.
Los expertos recuerdan que fue Buteflika quien pacificó el país, y que su figura es respetada por quienes hicieron la guerra al estado en los años duros del "decenio negro".
Y dudan del efecto que pueda tener su desaparición, sobre todo si la economía no se recupera, la guerra civil prosigue en Libia y la fuerza yihadista se consolida en el Sahel.