Por Geoffrey Smith
Investing.com - El momento de la verdad finalmente se acerca.
Cuatro años y medio después de la estrecha votación de los británicos a favor de abandonar la UE, y un año después de confirmar rotundamente esa decisión en unas elecciones generales, pronto podrán ver cómo se hace realidad el Brexit, al expirar su privilegiado acceso al mercado único de la UE y todos sus beneficios y obligaciones mutuas.
Tiempo suficiente, se podría pensar, para que líderes del Reino Unido y Europa hayan averiguado qué reglas utilizarán en el futuro para gestionar una relación comercial que actualmente tiene un valor de 1 billón de dólares al año, y para que hubieran empezado a organizar ya otras cuestiones, como el reconocimiento mutuo de las normas, los derechos recíprocos de residencia, etc.
Y, para ser justos, gran parte de ese trabajo se ha realizado, alrededor del 95% de él, según los negociadores de ambas partes. Ese 95% incluye disposiciones para el libre comercio exento de aranceles de mercancías entre ambos, el mínimo indispensable para cualquier acuerdo de libre comercio que se precie. Pero el 95% no es el 100%, por lo que sigue sin haber ningún acuerdo en vigor todavía. Y, como se ha dicho toda la vida, nada está acordado hasta que todo esté acordado.
Los riesgos de no llegar un acuerdo a tiempo son considerables. Una solución de incumplimiento, según términos de la Organización Mundial del Comercio, impondría aranceles sobre todo tipo de productos que vayan en ambas direcciones y, en cualquier caso, impondría enormes cargas burocráticas a todos los importadores y exportadores.
Los retrasos en puntos de estrangulamiento como los puertos de Dover y Felixstowe podrían hacer arriesgado el comercio de productos perecederos sea hasta el punto de ser económicamente inviable. Una nueva frontera entre la República de Irlanda y la provincia británica también podría golpear gravemente la economía local, fomentando nuevos resentimientos que avivarían las llamas de otro conflicto entre Inglaterra y sus vecinos.
Otras cuestiones, como los vuelos internacionales, los pagos transfronterizos y los contratos financieros, se han ordenado temporalmente por acuerdos sectoriales, por lo que las perspectivas de un escenario verdaderamente caótico "sin acuerdo" se han mitigado al menos parcialmente. Pero incluso entonces, el buen funcionamiento de las partes vitales de la economía dependerá de la buena voluntad entre los Gobiernos que podría desaparecer en cualquier momento. Se trata de un sustituto desesperadamente pobre de la seguridad jurídica que actualmente sustenta las relaciones.
El primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, acordaron en una cena el miércoles dar a sus negociadores hasta el final de la semana para salvar las diferencias aún graves sobre las cuestiones pendientes, como los derechos de pesca, las ayudas estatales y los mecanismos de solución de controversias. El presidente francés, Emmanuel Macron, ha amenazado repetidamente con vetar cualquier acuerdo que separe los puertos pesqueros franceses económicamente deprimidos de las aguas del Reino Unido demasiado rápido.
Johnson parece querer un acuerdo: su Gobierno ha abandonado partes controvertidas de una nueva ley que habría violado el Acuerdo de Retirada que constituirá la base de cualquier acuerdo de libre comercio. Esto conlleva el gran coste político de dejar la economía de Irlanda del Norte bajo regulación de la UE de forma efectiva y colocar una frontera aduanera dentro del propio Reino Unido.
El abogado David Allen Green, con sede en el Reino Unido, observaba esta semana que Johnson tiene que elegir entre ser irresponsable —arriesgándose al caos económico de un Brexit sin acuerdo— y perder sus principios, volviendo a las promesas de una ruptura rápida y fácil con la UE. Dado que ha hecho ambas cosas en algún momento en el pasado, Allen Green ha dicho que "es realmente difícil averiguar qué ruta tomará este primer ministro".
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