Isabel Saco
Ginebra, 13 oct (EFE).- UBS, el banco más internacionalizado de
Suiza y cuyas dimensiones le habían convertido en una piedra angular
de la economía nacional, empieza a recuperarse lentamente un año
después de que el Gobierno helvético fuera en su ayuda y de haber
pasado la peor etapa de su existencia que le puso al borde del
colapso.
El 16 de octubre de 2008, la Confederación Helvética volaba al
auxilio del establecimiento, tirando al traste la credibilidad de
varias autoridades que -cuando empezó a notarse el impacto de la
crisis financiera en el banco- negaron que éste corriese peligro y,
por el contrario, garantizaron su solidez.
Muy poco después de ofrecer esas garantías, esos mismos políticos
reconocían que UBS estaba en una situación crítica y anunciaban que
el Estado acudiría en su ayuda mediante una capitalización de 4.000
millones de euros y, aún más preocupante, asumiendo decenas de miles
de millones de "activos tóxicos".
Estos últimos son inversiones fallidas, que se creían bien
respaldadas, pero que en la práctica no lo estaban, una situación
creada por la avidez de los banqueros y operadores de mercados
seducidos por las importantes y rápidas ganancias que ofrecían los
instrumentos financieros de alto riesgo.
En esas circunstancias, el Estado pasó a detentar el 9 por ciento
del capital del banco, del que entretanto se ha desprendido al
vender en agosto pasado su paquete de acciones por el que recibió
unos 700 millones de euros adicionales como una forma de
indemnización pagada por el banco por la ayuda recibida.
Quedan, sin embargo, los cerca de 25.000 millones de euros de
"activos tóxicos" que fueron colocados en un fondo especial creado
por el Banco Nacional de Suiza y que de momento siguen en esa
entidad.
En medios financieros ha trascendido que UBS desea recomprar
parte de esos fondos, pero el organismo suizo de vigilancia del
sector financiero se opone porque considera que el establecimiento
podría caer nuevamente en una situación delicada.
Hace un año, la mayoría no daba crédito a lo que ocurría: el
mayor banco de Suiza, bien posicionado entre los diez más
importantes del mundo y el primer gestor de fortunas del planeta
empezaba su descenso al infierno.
La diferencia frente a otras instituciones financieras arrasadas
por la crisis fue que Suiza no podía permitir su quiebra: estaban en
juego más de 80.000 empleos (la tercera parte en Suiza), las
finanzas de 70.000 empresas y el 20 por ciento del ahorro del país.
Fue entonces cuando se acentuó el malestar por los exorbitantes
salarios y bonos (parte variable de la remuneración) de los
ejecutivos del banco, que tras el plan de rescate gubernamental
pasaban a ser financiados por los contribuyentes.
Un nuevo caso clamoroso de socialización de pérdidas y
privatización de beneficios, como lo lamentaba una mayoría de la
opinión pública.
Los más altos dirigentes de la entidad realizaron algunos gestos
para apaciguar las críticas, como renunciar a sus bonos, pero nunca
aceptaron que se les impusiera una regulación estricta de las
remuneraciones ni suyas ni de la plantilla.
El debate giraba en torno a esa cuestión cuando estalló el grave
escándalo de la filial estadounidense de UBS, donde los banqueros
habían colaborado con clientes para evadir impuestos ayudándoles a
ocultar sus patrimonios bajo el manto del secreto bancario.
Así, cuando el banco parecía algo estabilizado la Justicia de
Estados Unidos le abrió un proceso para que identificará a unos
52.000 clientes estadounidenses, un litigio que se resolvió
temporalmente con la entrega de 4.550 nombres de titulares y el pago
de una multa de 780 millones de dólares.
El escándalo que esta situación provocó dio pie a un concertación
internacional contra el secreto bancario que, tras fuertes presiones
y amenazas, terminó por conseguir que el Gobierno suizo reformará
esa figura jurídica, reduciendo así las posibilidades de que sea
utilizada para el fraude fiscal.
UBS acaba de cerrar su tercer trimestre y existe gran expectativa
por la publicación de sus resultados, tras haber reportado pérdidas
por 2.200 millones de euros en el primer semestre, frente a los más
de 7.800 millones que perdió un año antes.
Abocado a un proceso de reestructuración, que significará la
eliminación del 10 por ciento de su plantilla, los responsables del
banco -que han cambiado dos veces desde que estalló la crisis-
parecen mirar con más modestia el futuro.
La apuesta parece ser por una estrategia que centre (aunque no
exclusivamente) sus actividades en el mercado suizo y que,
probablemente, le lleve a desprenderse de ciertas actividades, como
la gestión fortunas, que una vez fue el eje de las ambiciones
planetarias de UBS. EFE