Por Geoffrey Smith
Investing.com - Elon Musk está enganchado a Twitter (NYSE:TWTR), y sus escarceos son cada vez más frenéticos.
Una semana después de que la presión legal llevara al director ejecutivo de Tesla (NASDAQ:TSLA) a renovar su oferta por la red social, las acciones de Twitter siguen cotizando a 50,07 dólares por acción, un 7,3% por debajo del precio de la oferta de 54,20 dólares por acción, que eleva su valoración a la friolera de 44.000 millones de dólares.
Es cierto que los remordimientos de Musk deben ser fuertes: el acuerdo parecía demasiado generoso incluso en abril, cuando lo ofreció por primera vez. Desde entonces, el Nasdaq se ha desplomado un 20%, haciendo parecer a Twitter aún más caro que entonces. Su precio de cierre del martes ascendió a más de 40 veces el beneficio esperado para el año que viene.
Un contrato es un contrato, y los tribunales de Delaware —donde Twitter ha presentado su demanda para que Musk lo cumpla— tienen un sólido historial de hacerlos cumplir (el juicio se ha suspendido hasta noviembre para permitir a las partes completar el acuerdo). Por lo tanto, es poco probable que acudan al rescate los bancos reunidos por Morgan Stanley (NYSE:MS) para prestar a Musk 13.000 millones de dólares para el acuerdo, incluso teniendo en cuenta que les esperan enormes pérdidas cuando llegue el momento de encontrar compradores para unos bonos que reportarán un beneficio máximo del 11,75% en un mundo en el que incluso los tipos de interés seguros se están disparando. Las operaciones de Twitter han perdido 1.000 millones de dólares en los últimos cuatro trimestres, por lo que es poco menos que un misterio de dónde saldrá el dinero para cubrir la deuda.
Las probabilidades de que los acreedores de Twitter acaben teniendo que convertir sus bonos en capital antes de que pase mucho tiempo son cada vez menos. Pero el negocio de las compras es competitivo, y el perjuicio a la reputación de cualquiera de los bancos que incumpla su compromiso de financiar el acuerdo superará con creces el dinero que puedan ahorrar a corto plazo al retirarse.
Así que, si el sentido común no puede salvar a Musk y la ley no lo salva, Musk tendrá que buscar la salvación por otros medios. El único realista es la política.
Hay muchas posibles formas de intervención por parte de Washington. Es evidente que a muchos no les gustaría que Musk —que ahora mismo sigue siendo el hombre más rico del mundo— fuera dueño de una red social de tan amplio alcance. Algunos de la izquierda claramente no quieren que maneje una herramienta mediática tan poderosa en el período previo a las elecciones de noviembre, y después de eso.
Si tan sólo... si tan sólo... si tan sólo hubiera una manera de convencer a la gente de que Elon Musk no es la persona adecuada para comprar Twitter… ¿Qué dirían los reguladores y los políticos, por ejemplo, si se descubriera que Musk ha estado llevando a cabo una diplomacia privada con la némesis del mundo libre, y que luego ha presionado a favor de los intereses de esa persona?
El intento de Musk de detener la guerra de Rusia en Ucrania pareció bastante extraño a primera vista, con su adopción más o menos acrítica de las posturas negociadoras de Vladimir Putin, lo que equivale a un voto de apoyo a las tácticas de chantaje nuclear de Putin. Eso fue, como mínimo, incoherente con el eficaz y carísimo apoyo ofrecido a Ucrania a través de su red de satélites Starlink a principios de este año.
Sin embargo, el episodio dio un giro de tuerca el martes gracias a Ian Bremmer, el director de la consultora sobre riesgos políticos Eurasia Group. Bremmer, que afirmó que Musk le dijo que había hablado personalmente con Putin antes de publicar sus sugerencias, que incluían obligar a Ucrania a aceptar la pérdida de Crimea y a adoptar una neutralidad permanente, así como volver a celebrar "bajo la supervisión de la ONU" los falsos referendos celebrados a punta de pistola por Rusia en cuatro provincias de Ucrania a finales del mes pasado. El Kremlin, que acogió con satisfacción las propuestas de Musk, había utilizado esas votaciones como pretexto para anexionarse las provincias la semana pasada.
Musk negó haber dicho tal cosa, alegando que sólo había hablado una vez con Putin, hace 18 meses, sobre el tema del espacio.
"Nadie (sic) debería fiarse de Bremmer", ha añadido Musk, para recalcar su seguridad.
Sin embargo, Putin ya tiene costumbre de utilizar a otros para que le den bombo: el excanciller alemán Gerhard Schroeder transmitió un mensaje similar sobre el supuesto deseo de paz de Putin en verano durante una entrevista con la revista alemana Stern.
Y a Musk, por su parte, se le da muy bien eso de ser económico con la verdad: el proceso de descubrimiento para el juicio de Delaware encontró pruebas de que Musk había destruido pruebas de conversaciones en la app de mensajería Signal sobre el acuerdo de Twitter. Así que crea a quien quiera creer.
También hay algo claramente sospechoso en las últimas declaraciones de Musk sobre que la compra de Twitter sería el primer paso para convertirla en una "app para todo", el tipo de plataforma omnipresente, similar a WeChat, que ha hecho ganar dinero a Tencent (HK:0700) durante la última década.
Lo sospechoso es que ese modelo ya ha caído en desgracia en China, donde los reguladores antimonopolio han devuelto el golpe a las empresas de plataformas de Internet, y que Washington ya había desbaratado los intentos de Mark Zuckerberg de llevar a Facebook (NASDAQ:META) en esa dirección con el lanzamiento de una stablecoin nativa. Musk sabe muy bien que la idea de la app X, como la llamó, es la clásica Web 2.0, la encarnación de un modelo sin futuro en Estados Unidos. Bien podría haber levantado una bandera que dijera "Soy un aspirante a monopolista, ¡protéjanme!".
A algunos, sin duda, les parecerá una teoría de la conspiración descabellada sugerir que Musk está invitando a la intervención política para salvarse de su propia arrogancia.
Sin embargo, en lo que respecta a las ideas, no es mucho más extraño que la idea de que Twitter valía 54,20 dólares por acción al principio.
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